Todos hemos, al menos hemos oído hablar del cuerpo místico de Cristo, al que todos pertenecemos. En el cuerpo místico estamos incluidos todos los seres humanos, excepto aquellos, que por negarse hasta el último momento de su vida, ha aceptar el amor que Dios siempre nos está ofreciendo, al resultar condenados al infierno que han escogido, dejan de pertenecer como es natural, al Cuerpo místico de Cristo. Este cuerpo místico que se denomina de Cristo, por ser él la cabeza del mismo, se divide en tres clases de iglesias. La iglesia militante que somos los que nos encontramos aquí abajo pasando por nuestra prueba de amor a Dios,; la iglesia purgante, en la que se encuentran los que esperan para entrar en el cielo, el haberse purificado de los restos de todas sus faltas; y la iglesia triunfante, que es aquellos que ya están en la plena contemplación del Rostro de Dios.
Todas las almas de la iglesia triunfante, juntamente con todos los ángeles, es decir, todos los que tienen la dicha de contemplar el Rostro e Dios, son indudablemente quienes nos aman. Y nos aman, de una de una forma extraordinaria, inimaginable, porque ellos son y solo desean ser y amar lo que Dios desea amar; su identificación con los deseos de Dios es absoluta. Precisamente hoy cuando escribo esta glosa es el día de San Ignacio de Loyola y él decía: Dios me ama, más de los que yo soy capaz de amarme a mí mismo.
Tanto los ángeles como las personas que ya están santificadas, tanto las que no conocimos nunca, como aquellas otras que si conocimos, son seres espirituales, sus cuerpos quedaron en este mundo, y si bien ellos disponen ya de otro cuerpo, que lo calificamos de glorioso, sus características no pertenecen al orden material sino al espiritual, así nos lo explica San Pablo en (1Co 15, 3537). Todos son seres invisibles para los ojos de nuestro cuerpo, ellos están a nuestro alrededor, aunque no los veamos aunque si los intuimos. Es el desarrollo avanzado de nuestra alma, el que nos permite, captar de una forma más profunda, aunque solo se intuitivamente, porque cuanto mayor sea el desarrollo espiritual de un alma, más cerca estará esta alma de todos los que la aman y la rodean.
Por supuesto que nunca se ha de tener miedo de todos los ángeles, y almas santificadas que nos rodean. Para ellas no hay otro amor más, que el que el Señor ama, y si nosotros somos los amados de Dios: ¿Cómo no van a amar ellos y ellas lo que Dios ama? Qué es sino nuestro ángel de la guarda sino una expresión más del gran amor que Dios nos tiene.
Es una sana costumbre cristiana, encomendarse a nuestro ángel de la guarda y a nuestros difuntos. ¡Cuántos cónyuges supérstites diariamente se encomiendan a sus cónyuges fenecidos! Es esta una maravillosa costumbre, que muchas y muchos tienen, encomendándose a sus padres, hijos, nietos o inclusive amigos, porque en toda relación humana entre personas siempre media una faceta espiritual, que muchas veces prima sobre lo material, y como resulta que cuando abandonamos este mundo, de él nunca nos podemos llevar nuestras propiedades materiales, pero si todas las espirituales, y si estas relaciones han tenido una vertiente pequeña o grande de orden espiritual, el que se ha ido la conserva en el cielo y el que aquí abajo se ha quedado, tiene una muy buena relación de recomendación allí arriba, para cuando llegue arriba.
Me viene a la memoria un primo de mi mujer, que era diez años más joven que yo, con quien hablaba mucho de temas espirituales, y en broma yo le decía que yo llegaría antes, pues yo ya me apearía en la próxima estación Cuando llegó la estación, el Señor quiso dejarme a mí en el tren y apearle a él. Las cosas de Dios son así, de una lógica aplastante que ahora no comprendemos ni vemos, pero cuando nos apeemos del tren de esta vida, veremos y comprenderemos absolutamente todo y será entonces cuando nos daremos cuenta en plenitud que el único deseo de Dios para con nosotros es el de amarnos y nada más que amarnos, y que seamos eternamente felices en ese incomprensible amor que nos tiene y que satanás trata de desfigurárnoslo, cuando no de negárnoslo.
Y hablando del desagradable tema de satanás, diremos que tal como ya antes hemos escrito en otra glosa o libro, no recuerdo. En el mundo invisible a nuestros ojos materiales existen un sin fin de espíritus que nos rodean unos nos aman y quieren que cuando nos vayamos de este mundo y les acompañemos. Pero otro lado también circulan a nuestro alrededor un sin fin de espíritus que nos odian y que hacen todo lo posible para que le acompañemos con su suerte, estos son satanás que es el demonio en jefe y los demás demonios que le acompañaron en su soberbia de no querer servir al Señor, non serviam, fue el grito de rebeldía y odio al Señor, odio este que es el que nos muestra nuestro particular demonio y todos demonios a los seres humanos, y de este odio, no se salvan los seres humanos que se han condenado y todos desean por odio a nosotros, que les acompañemos.
Y digo por odio pues ninguno de estos seres condenados sean ángeles caídos o personas reprobadas, tienen capacidad de amar. La perdieron el día en que no quisieron aceptar el amor que Dios les ofrecía Ninguno de todos estos seres, tiene capacidad de presentarse ante nosotros a no ser que el Señor se lo permita, cosa que alguna vez lo ha permitido. Si el Señor permite que se nos aparezcan sean seres de los que nos aman o sean de los que nos odian sólo es en razón, al deseo que Dios tiene de que aceptemos su amor y no nos salgamos de su ámbito de amor, pues fuera de él, no existe amor sino un vacío que lo rellena la antítesis del amor que es el odio.
Y en el odio, el que sufre es el que odia, el odiado es indiferente a la sensación de que es odiado, como indiferentes somos nosotros, al hecho evidente que todos los demonios y seres humanos condenados nos odian. Mientras estemos dentro del ámbito de amor al Señor y no nos apartemos voluntariamente de él, eses odio demoniaco, no nos hará daño. Ningún demonio ni nadie que nos odie, tiene capacidad de dañarnos, solo hasta los límites que Dios le permita, y es por ello que somos tentados, nunca con una fuerza superior a nuestra capacidad de rechazo de la tentación. Y esto es necesario que nos suceda para poder demostrarle nuestro amor al Señor, pues sin demonio que nos tiente carecemos de escalera para subir al cielo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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