La Iglesia: el Pueblo de Dios, celebra el próximo 1 de noviembre la Solemnidad de todos los santos. Aquellos hermanos nuestros, hombres, mujeres y niños que llevaron una vida de caridad heroica haciendo en todo momento la voluntad de Dios. Aquellos hombres y mujeres que hicieron lo ordinario extraordinario y realizaron el bien allí donde se encontraban. Fueron libres en el amor y la entrega. Vivieron la gratuidad del amor de Dios que les llevaba a la entrega sin límites. Ellos fueron los que no pusieron barreras a la obra de Dios en sus vidas, y se dejaron moldear por el Espíritu. Llevaron en sus existencias el espíritu de las bienaventuranzas, hicieron de su vida una alabanza a Dios y vivieron en libertad y en plenitud su identidad filial como amados del Padre. Los que han vivido una vida de santidad, ya contemplan la gloria de Dios y le alaban por toda la eternidad. Ellos: hombres y mujeres han vivido ya en la tierra de la vida del cielo. Los santos eran hombres y mujeres que eran pecadores y débiles, pero se dejaron llenar del poder del Espíritu. El Espíritu Santo cambió sus vidas y sus corazones. En la debilidad fueron fuertes, en el miedo tuvieron confianza, en la pobreza recibieron abundancia, por el poder del Espíritu. Fueron los felices en medio de las pruebas, el cansancio, el sufrimiento, para vivir de la alegría que da el Señor, que colma el corazón de infinito.

Pero, entonces ¿yo, tú hoy podemos ser santos? ¿Podemos vivir en la tierra del gozo del cielo? ¿Es posible vivir del Espíritu en medio de todo los que nos rodea?

La santidad supone un proceso en el que nos vamos transformando por el Espíritu para tener en nosotros los mismos sentimientos que tuvo el Señor por los que le rodeaban y por todos y cada uno de los hombres. Aunque ser santo puede parecer difícil, yo creo que es algo sencillo, pero exigente. Ser santo es dejarse llenar del Espíritu para que sea Dios el que tome el control de tu vida; es vivir de la gratuidad del amor de Dios para ti, y entonces darlo sin límites a los que nos rodean. La santidad no supone no pecar. Porque el hombre y la mujer son débiles y frágiles y necesitan el perdón y la misericordia de Dios en su existencia. Pero como se saben amados por Dios en su miseria, pueden confiar en que el Espíritu les lleva a la entrega por el hermano y a la acogida del don del otro en su debilidad.

Ser santo es hacer de tu vida una gran alabanza a Dios, para ponerle a Él en el centro. Implica que el centro de la existencia ya no eres tú o yo, sino el Espíritu y el Señor. La santidad supone alabar y dar gloria a Dios. Alabarle por todo lo que te pasa, por lo bueno y por lo malo. Alabarle por cada persona que el Señor pone en tu vida, por los momentos buenos y los menos buenos. Es darle gloria ante el dolor y el sufrimiento. Es alabarle por su poder y su fuerza. Es decirle a Dios lo que es: un Dios todopoderoso que tiene el poder de cambiar y transformar tu existencia y la mía. La alabanza es poderosa porque cambia la vida, la manera de mirar a los demás. Gracias a la alabanza puedes vivir en comunión con los que te rodean. Alabar, dar gloria y bendecir a Dios por el poder del Espíritu hace de cada persona una criatura nueva.

De la misma manera, la santidad es vivir ya en la tierra de la identidad de hijos de Dios y disfrutar de ella. El hijo es aquel que reconoce tener un padre. Ser hijo de Dios es saber que Dios es tu Padre. ¡ Y qué más podemos pedir !

Vivir como hijo de Dios, es reconocer que hay un Padre en tu vida y en la mía a quien le puedes dejar el control de todo. No hay que hacer nada porque él lo mueve todo para tu bien. El maneja los hilos de la historia, de tu historia y de la mía. Puedes vivir en confianza porque todo lo que Dios piensa para ti es bueno. Ser hijo de Dios es vivir desde la libertad y desde el amor, para disfrutar ya de un Padre.

El que está llamado a vivir en santidad es libre y alaba a Dios. Por eso ya aquí podemos vivir como primicia la vida del cielo, donde alabaremos y proclamaremos el poder de Dios por toda la eternidad. Hoy es posible ser santo, solo tienes que quererlo, pedirlo y el Espíritu que es el don del Padre y el Hijo hará milagros en tu vida y en la mía.

Belén Sotos Rodríguez