Releyendo estos días a la mística austríaca María Simma he vuelto a reparar en el gran peligro de recibir la Comunión en la mano:
“Las brujas –advierte ella- pagan mucho dinero para herir a Jesús directamente con las Hostias consagradas que con frecuencia desaparecen secretamente de las iglesias”.
He recordado entonces la entrevista que mantuve con el padre Brendan, en diciembre de 2011, para mi libro Así se vence al demonio (LibrosLibres).
Gran experto en sectas satánicas, este sacerdote de origen irlandés me explicó que en las misas negras se utilizan Hostias consagradas, las cuales se pisotean después del Padrenuestro aplicado a Satán, procediéndose a continuación al sacrificio de la víctima y a la comunión con sus vísceras.
El diablo es un malvado mercader que exige como pago el sacrificio de un animal mamífero o incluso el de un ser humano; muchas veces son niños recién nacidos que desaparecen misteriosamente y cuyos huesecitos se encuentran luego quemados en algún rincón de una casa abandonada.
Si se administrase la Comunión en la boca, como Dios manda, se evitarían muchísimos sacrilegios como el cometido un día que asistía a la Santa Misa, cuando el sacerdote, percatado de que una mujer se había guardado la Sagrada Forma en el bolso, le hizo abrirlo y evitó así la profanación del Cuerpo y la Sangre de Jesús en algún ritual satánico.
¿Pero cuántas otras veces se han sustraído Especies Sagradas, en Misas multitudinarias, que han acabado en un altar presidido por un macho cabrío que simboliza al diablo, sobre el cual se colocan cirios o velas negras y varios cálices con sangre animal y a veces incluso humana?
Me han comentado que existe un “mercado negro”, nunca mejor dicho, en el que se pagan hasta 1.000 euros, en lugar de treinta monedas de plata, por cada Sagrada Forma que luego se emplea en misas negras.
¿Hasta cuándo vamos a permitir, con la Comunión en la mano, que el demonio se salga una y otra vez con la suya?
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