El texto es largo, pero muy preciso e instructivo. Hay un párrafo sobre el que quisiera incidir:
«La mentalidad actual contradice la comprensión cristiana del matrimonio especialmente en lo relativo a la indisolubilidad y la apertura a la vida. Puesto que muchos cristianos están influidos por este contexto cultural, en nuestros días, los matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado. En efecto, falta la voluntad de casarse según el sentido de la doctrina matrimonial católica y se ha reducido la pertenencia a un contexto vital de fe. Por esto, la comprobación de la validez del matrimonio es importante y puede conducir a una solución de estos problemas»
Tal como Mons Müller señala, el entendimiento del matrimonio y de las mismas relaciones humanas, ha cambiado mucho en las últimas décadas. Actualmente las relaciones de pareja se consideran como algo secundario en la vida de las personas. La relación de pareja se vive como un complemento que “está bien” mientras dure y no conlleve compromiso algo. Tanto los jóvenes, como los menos jóvenes, se plantean la vida como algo individual e intransferible, en la que los “otros” entran y salen por exigencias del guión. Nos sentimos centro del universo que nos rodea y todo lo que no se ajuste a esta visión, es un problema que hay que solventar.
Aparte de la visión individualista y egoísta que nos venden como moderna y generadora de felicidad, hay más problemas. En España, la edad media a la que se contrae matrimonio se sitúa ya en torno a los 34 años para los hombres y en torno a los 32 para las mujeres. Las razones son diversas ya que entre los estudios y la precariedad laboral, es imposible plantearse antes, la formación de un hogar. Ante este panorama, la cohabitación formal o informal, termina siendo una alternativa ponderable para muchas parejas. No podemos decir que sea lógico ir demorando la edad en que se forma una familia, ya que esto rompe nuestra propia tendencia natural.
Estos síntomas, entre otros, nos llevan a la conclusión que nuestra sociedad está enferma. Una sociedad enferma produce personas enfermas, que a su vez, generan relaciones enfermas. Una sociedad que no valore y proteja la familia, como núcleo estable de convivencia y educación, termina por crear individuos autistas y desafectados de todo lo que le rodea y no les incumbe personalmente.
¿Cómo puede la Iglesia colaborar en la sanación de la sociedad? ¿Qué soluciones podemos proponer? Son preguntas complicadas que nos llevan a reflexionar sobre aspectos colaterales a nuestra fe, pero que terminan incidiendo en la manera en que la vivimos. La Iglesia, que somos cada uno de nosotros, tenemos la misión de acompañar a quien sufre, señalar la causa del sufrimiento y propiciar que pueda haber curación. Si decidimos tapar las heridas para que nadie las vea ¿Cómo podrá venir el Gran Médico a sanarnos con su Gracia?
Entonces ¿Qué podemos hacer? Nuestro ejemplo de familias sólidas y duraderas convence a pocas personas. Hoy en día, llevar adelante una familia es pura ciencia ficción para muchos. Siguiendo la parábola de la masa de trigo y la levadura, parece que la masa de trigo ha perdido tanta agua, que la levadura es incapaz de penetrar en ella.
Nadie duda que cada vez atenderemos a más personas que necesitarán nuestra ayuda para salir del sufrimiento en que han vivido. Seguramente serán personas maduras y los problemas, cada vez más enquistados. Pero el Gran Médico puede sanar a quien se acerca a El con sinceridad y esperanza.