En el mundo de la vida espiritual de las almas..., es cosa sabida que la presencia o el conocimiento de la realización de un milagro, produce  más efecto en el alma de un creyente convertido, hace ya mucho tiempo o hace poco tiempo,  que en el alma de un no creyente. Y esto es así, porque hay que tener presente que dado la volubilidad del ser humano, resulta más importante la perseverancia, en el amor al Señor, que la contemplación de un milagro. La contemplación o el hecho de tener conocimiento de la existencia de un milagro acaecido, surte más efecto en el creyente, porque le refuerza su fe, y este refuerzo le lleva a aumentar su perseverancia en el amor al Señor.

            La contemplación de un milagro, crea fervor en un no creyente y puede ser que le lleve a la meditación y de ahí, puede nacer una conversión, pero no es corriente. Si pensamos en la parábola del sembrador, nos daremos cuenta que la semilla que recibe el no creyente, generalmente se seca y es la del creyente la que produce más fruto: “3… Salió un sembrador a sembrar, 4 y de la simiente, parte cayó en el camino, y viniendo las aves, la comieron. 5 Otra cayó en un pedregal, donde no había tierra, y luego brotó, porque la tierra era poco profunda; 6 pero levantándose el sol, la agosto, y como no tenía raíz se secó. 7 Otra cayó entre espinas, las cuales crecieron y la ahogaron. 8 Otra cayó sobre tierra buena y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. 9 El que tenga oídos, que oiga”.  (Mt 13,3-9).

            La persona es voluble por naturaleza y si actúa amparada por la masa, mucho más aún, nos dice el aforismo: Donde va Vicente donde va la gente Estamos hartos de ver, masas de personas enfervorizadas con un líder, que a los pocos meses están pidiendo su cabeza. Y es que la pertenencia a la masa, formar parte de ella, le diluye la responsabilidad al individuo y fortalece su cobardía. Es muy distinto contemplar milagros en el marco de una masa de personas, que ser testigo de uno con carácter particular.

             Sabemos que, por ejemplo, la Virgen anunció, un milagro y se cumplió el anuncio en Fátima el 13 de octubre de i917, girando el sol alrededor suyo. En una reseña de la prensa de la época, podemos leer: “El sol, en un instante lució rodeado con flamas rojizas y en otro con una aureola amarilla y púrpura intenso, se veía girando muy rápidamente, en algunas ocasiones parecía que se desprendía del cielo y se aproximaba a la tierra, sintiéndose su intenso calor.” Dr. Domingos Pinto Coelho, escribiendo para el diario “Ordem”. El milagro fue contemplado por más de 100.000 personas, y ya me gustaría saber, cuantas de estas 100.000, que no fuesen creyentes, se convirtieron y perseveraron hasta el final de sus días en el amor al Señor. Desde luego, que en las reseñas de prensa de la época, en ninguna de ellas se habla de una conversión en masa.

            Más de uno que lea esto, se puede decir para sí, yo me habría convertido viendo ese milagro, pero la gente en general no se convierte por la contemplación en masa de milagros expectantes. El milagro en sí no convierte a nadie, es la gracia divina la que convierte. El milagro no es un instrumento esencial en el apostolado de un cristiano, ni este debe de emplearlo como tal, si es que le fuese posible hacerlo, Jesús nunca utilizó el milagro con este fin. En tal sentido, cuando posiblemente hubiera podido cambiar determinadas situaciones, pudiendo hacerlo, nunca acudió al milagro. Así se negó frente al rey Herodes, acceder a sus deseos:

            En contra de lo que muchos piensan, los milagros no son un remedio frente a la incredulidad. Dios desea que la fe la adquiramos por adhesión, no por la impresión que se pueda llegar a alcanzar en la contemplación de un milagro. Quizás esto tenga su justificación, en aquello que se dice de que: “Lo que muy fuerte entra, muy fuerte sale”. En esto de la adquisición de la fe, más vale ir poco a poco obteniéndola y reforzándola, incluso con milagros, que para esto sí que sirven y mucho, que no tratar de adquirirla de golpe de milagros. Aunque de todas formas, la excepción confirma la regla y aunque no es lo corriente, si ha habido casos, en que Dios ha dispuesto que la fe sea adquirida por la contemplación de un milagro, en el caso de determinadas personas.

            Que los milagros no son un remedio contra la incredulidad, nos lo dejó dicho bien claro Nuestro Señor, en la parábola de Lázaro y el rico Epulón, cuando este ya condenado desde el infierno y ante la imposibilidad de que al menos, el mendigo Lázaro, le refrescase su lengua con su dedo mojado en agua, el rico Epulón le pide a Abraham: “Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa, de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento” Le díjo Abraham: “Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan” Él dijo: “No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán” Le contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite” (Lc 16,28-31).

            Presenciar milagros, no suele ser el modo por el que los hombres y las mujeres lleguen a la fe. Solo los perciben quienes han aprendido a ver la mano de Dios en los sucesos de la vida ordinaria. Muchos presenciaron los milagros de Jesús, pero solo un grupo reducido los reconoció como tales y dejó que

Cambiaran sus vidas. El hombre no pierde o gana su vida por un acto extraordinario, sino por un conjunto y una secuencia de actos. Dios, como sabemos, desde nuestra creación hasta nuestros días y jamás cambiará, ha sido tremendamente respetuoso con la libertad que nos ha otorgado. Y consecuentemente con este respeto, hace todo lo posible y lo imposible, para que en nuestro caminar por este mundo, andemos siempre eligiendo el bien y desechando el mal, sin ninguna imposición por su parte. Pero si resulta, que a pesar de todos sus esfuerzos, hay quien quiere obstinadamente perseverar en la elección del mal, no es Él, el que lo impide y con tristeza lo permite. Hasta este extremo llega su respeto a la libertad que nos ha dado.

            Se dice que al final de nuestros días, solo hay dos clases de personas, aquellas que se salvan porque ellas, le dicen a Dios: “Hágase tu voluntad”, y aquellas otras que se condenan, porque se obstinan en la elección del mal y es a ellas, a las que es Dios, el que les dice: “Hágase tu voluntad”. Dios quiere que nosotros caminemos por este mundo, solamente apoyados en la fe de su existencia, porque si tuviésemos evidencia de su existencia, careceríamos del mérito de “creer sin ver” y en este supuesto, Dios nos habría cercenado nuestro libre albedrío, porque hay que preguntarse: ¿Hay alguien que pueda ser tan desequilibrado, que teniendo evidencia absoluta, de la existencia de Dios, quiera de antemano condenarse? Nadie en su sano juicio, desea su propio mal.

            “Creer sin ver”, es el eje de la cuestión. Dios está siempre dispuesto a ayudarnos, en todo lo que nos sea necesario, para que obtengamos la fe y sobre todo para que esta nos sea fortalecida, pero de ninguna forma, quiere darnos evidencia de su propia existencia. Si nos diera evidencia de su propia existencia, cercenaría nuestro libre albedrío, al no darnos la oportunidad de generar méritos, tal como los generamos cuando creemos sin ver. Jesús a su paso por este mundo, se negó siempre en rotundo, a hacer milagros para que la fe fuese sustituida por la evidencia. Nunca quiso realizar, actos prodigiosos que obligaran a la gente a creer en Él, como Hijo de Dios que era, es más, siempre al referirse a sí mismo Él se denominada “el Hijo del hombre”.

            Nada le impedía a Jesús en la tierra, si lo hubiese querido hacer, el realizar grandes prodigios, tendentes a que todo el mundo viese, que Él era Dios, en vez de dedicarse a hacer milagros, Jesús ejecutaba un tipo de milagros que en nada le beneficiaban, no eran milagros tendentes a que se le aceptase a Él como lo que era: El Hijo de Dios. Los milagros que realizaba, eran generalmente, las curaciones de pobres desgraciados. Este tipo de seducción hubiese sido indigna de Dios y del hombre El milagro puede ser una trampa para la libertad del hombre. Por eso, Cristo siempre se negó a jugar a ser mago o a realizar milagros espectaculares, de los que él obtendría un beneficio. La fe no puede nacer de una evidencia, sino de una libre adhesión.

            Cómo ya antes hemos escrito, el milagro puede reforzar la fe de quien lo contempla, pero no llega a fundamentarla. Tan solo la resurrección de Jesús es el signo fundador y fundamental. Para el que de verdad ama a Dios, no le es necesario confirmar su fe, con milagros materiales, su fe nace de su amor. Lo que si puede el milagro hacer para él, es reforzar su fe o aumentarla.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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