Los que somos padres de familia tenemos una grave responsabilidad con nuestros hijos; podemos estar seguros de que Allá Arriba nos pedirán cuentas de la educación y el ejemplo que les hemos dado, para bien o para mal.
Y la maldita noche de Halloween es eso mismo: maldita. No hay palabra más adecuada para definir esta fiesta pagana importada de Estados Unidos, que en España se celebra ya por todo lo alto cada 1 de noviembre en lugar de la de Todos los Santos, que es lo mismo que sustituir a la luz por las tinieblas, a Dios por el demonio.
Recuerdo a don Gabriele Amorth, exorcista del Vaticano, llevándose las manos a la cabeza durante nuestra entrevista en Roma porque cada vez más incautos celebraban la noche de Halloween como si fuera un juego infantil, sin saber que en realidad se trata de una peligrosa rendija por la que se cuela el demonio. Sí, el demonio. Magia, brujería, cartomancia, macro-botellón, rock satánico, oüija… ¡y Halloween!
A los niños les encanta Halloween porque sus padres y los profesores del colegio se lo han inculcado. Acaban de poner a la venta unas galletitas “muy monas”, en palabras de una amiga de mi mujer, con los dibujos de la calabaza y unas cuantas caras de brujas; aunque no hace falta ni siquiera entrar en un comercio para toparse en el escaparate con los más horribles disfraces, incluidas las macabras calaveras.
¿Qué dirán desde el Cielo todos nuestros santos, desde Francisco de Asís hasta Teresa de Jesús, pasando por Josemaría Escrivá de Balaguer o el Padre Pío? Que el Señor nos pille confesados.
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