Ahora que el año de la Fe está en sus últimos momentos me viene a la memoria una frase que escuché en un debate en el que se criticaba a una institución de la Iglesia, diciendo que en ella se había sustituido la fe por la piedad.
Por supuesto la piedad no tiene nada de malo, de hecho es uno de los dones del Espíritu Santo que viene a consistir en el gusto por las cosas de Dios, la oración y la Palabra.
Más allá de esto Santo Tomás de Aquino hace una definición muy bella al respecto de este don que lo pone en su justa dimensión:
“los dones del Espíritu Santo son ciertas disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción del Espíritu Santo. Ahora bien: entre otras mociones del Espíritu Santo, hay una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios, según expresión de Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de adopción filial por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! Y, como lo propio de la piedad es prestar sumisión y culto al Padre, se sigue que la piedad, por la que rendimos sumisión y culto a Dios como Padre bajo la moción del Espíritu Santo, es un don del Espíritu Santo.” (Suma Teológica II-II, q. 121, art. 1)
Puesta en valor por tanto la piedad, he de confesar que muchas veces me da la sensación de que en ciertas instancias y poses de la Iglesia se ha convertido la piedad en una pobre caricatura que hace poca justicia al don del Espíritu Santo.
Como dice Santo Tomás, la piedad es prestar sumision y culto al Padre…y cuántas veces la piedad al uso no es más que un pelagianista hacer, un machacón repetir, o una afectada perorata personal o comunitaria que poco tiene que ver con la sumisión a Dios Padre.
Me preocupa enormemente constatar que en la Iglesia de hoy en día se ponen en valor experiencias de un marcado pietismo sin más filtro que considerar lo bueno que es rezar, fascinados por las cifras y supuestas conversiones que llevan a un cristianismo de muy dudosa calidad obsesionado por ciertas prácticas de piedad. Pero claro, si entendemos la piedad como la SUMISION a Dios, entonces el criterio para saber si algo es de Dios se mide por los frutos de obediencia a la voluntad del Padre, no por la cantidad de oraciones que produzca.
De alguna manera cuando la piedad por la piedad lo invade todo, acabamos perdiendo a la persona de Jesucristo en el camino, porque al final la piedad es sólo un medio que lo que viene a hacer es ejercitar la Fe en aquel de quien nos hemos fiado porque nos ha salvado.
Y la Fe trata de mucho más que de creer unos contenidos, recitar un Credo, o estar todo el día en la Iglesia, si entendemos esta como lo hacía San Agustín (credere Deo, credere Deum y credere in Deum). Al final creer es seguir a una persona, amarla y caminar en su voluntad.
Por eso a veces algunos con escándalo critican que la piedad haya sustituido a la Fe en la Iglesia. Porque la piedad se puede tener en abstracto sin hacer referencia jamás a la sumisión a una persona, la fe en cambio no. Con razón Jesús se quejaba citando a Isaías:
“¡Qué bien salvan las apariencias! Con justa razón profetizó Isaías de ustedes cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden no sirve de nada, las doctrinas que enseñan no son más que mandatos de hombres.” (Mt 15,7-9)
Por duro que parezca decirlo, a veces da la sensación de que lo que cuenta en la Iglesia es tener las bancadas de los domingos llenas y mucha gente para llenar los actos multitudinarios, sin que parezca preocupar la calidad de la Fe que tiene la gente. Es como si se tratara de hacer por encima de ser.
Por eso me encanta el Papa Francisco, porque no se anda con tonterías afectadas y da su justo valor a las cosas, poniendo en perspectiva cosas de las que no se habla a menudo en la iglesia (o si se hablan, se pasa por ellas de puntillas). Cosas tan simples como que no se puede rezar y no amar al hermano, o como que obras son amores y no buenas razones…
Obras son amores.. y no buenas oraciones, podríamos decir. Y a Jesucristo se le conoce y se le trata mediante la Fe, y entonces se entiende la piedad como una expresión de esta Fe, nada más, que lleva nada menos que a la obediencia a la voluntad del Padre.