Mientras miremos el cielo con ojos humanos, no entenderemos nada. Uno piensa a veces que en el cielo se van a enterar todos de mis pecados: si he sido infiel a mi esposa, si he defraudado a alguien, si me he portado mal con algunos amigos, si se van a enterar todos de los pecados que hice… y eso no me gustaría nada y estaría incómodo. ¿El cielo es algo así?
Eso sería mirar el cielo como miramos la realidad de nuestra vida en la tierra; en el cielo lo que realmente vamos a ver no es lo que hemos hecho nosotros con nuestras obras buenas, con nuestras ofensas y con nuestras infidelidades. Lo que vamos a ver es el amor misericordioso de Dios sobre cada uno de nosotros. Si yo he defraudado, si no he sido fiel a mi esposa o a mi marido, si he engañado a todo el mundo, lo que veré y lo que verá todo el mundo es que mi pecado ha sido perdonado por Dios; más que ver y que vean los demás mis fallos, veremos todos la misericordia de Dios, y veremos que no nos hemos salvado por nosotros mismos, sino que nos hemos salvado todos, absolutamente todos, por el amor y la misericordia de Dios. Eso es lo que va a resplandecer ante todos los salvados, la misericordia y el amor que ha tenido Dios con la Virgen, con los santos, conmigo. Y lo que todos verán de mí es que Dios me ha perdonado y que yo me he arrepentido por la gracia de Dios. Todos veremos la bondad y la misericordia de Dios sobre todos. Cuando pensamos en María Magdalena y en el Buen Ladrón ¿miramos sus pecados, o la misericordia de Dios sobre ellos y su arrepentimiento?
En la Virgen admiraremos la delicadeza de Dios sobre ella y le daremos gracias a Dios porque nuestra Bendita Madre no haya tenido pecado.
¿Y en Jesús, qué veremos? ¡Ah, casi nada! Veremos al Padre, según lo que le dijo a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre?" (Jn. 14, 9). Y quedaremos absortos al ver cómo ha cumplido Jesús la misión que el Padre le confió de que nos redimiera a todos los hombres.
Esa contemplación de Dios no será aburrida ni nos cansaremos de contemplarle, porque en Dios no hay tiempo, es decir, no hay un antes ni un después, como hemos dicho. Hay un eterno presente. También nuestra unión con Dios será un eterno presente. Veremos a Dios como Él se ve a sí mismo; gozaremos de la visión de Dios como Dios goza de sí mismo; veremos lo que ve Dios y como Dios lo ve. Veremos y gozaremos de la visión de todos los salvados como Dios se goza en ellos. Nuestra contemplación de los seres queridos será como la visión que Dios tiene de ellos.
Pensemos en lo que dice San Pablo: “Hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -. Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1Cor. 2, 710).
Y mientras esperamos ese dicha, estamos llamados a ir “ensayándonos” para lo que allí seremos o haremos: ser amados y ser amantes. Allí no habrá otro oficio. Ensayemos a ser amantes del Señor y amantes de todos los hombres, sean quienes sean y como sean. Estaríamos así empezando a convertir nuestro mundo en el cielo.
Y, por último, una pregunta: ¿Dónde está el cielo? No hace mucho, en una intervención por radio me hicieron esa pregunta. Les contesté: en ninguna parte. Se quedaron un poco extrañados por mi respuesta. Les expliqué: el cielo no es un lugar; el cielo está donde está Dios; o, si queréis de otra manera, el cielo está donde está Jesús. En ese momento les hice una observación: si Jesús está realmente, de verdad, en la misa y en el sagrario como nosotros estamos aquí, ¿no estará también la Virgen adorando a Jesús en la eucaristía, y los ángeles y los santos, de verdad presentes, adorando al Señor? ¿Y no podríamos decir que el cielo es Dios amando y siendo amado?
Aún con todo esto, somos conscientes de que ni yo escribiendo ni vosotros leyendo, apenas hemos llegado a comprender nada del misterio de Dios, a quien veremos como es y le daremos gracias por tanta misericordia que ha tenido con todos nosotros.
José Gea