Al hilo del artículo recientemente publicado en Religión en Libertad, les cuento que mi hija mayor ha descubierto en estos días la primera película de la saga “Las crónicas de Narnia”. Si no la han visto, les recomiendo encarecidamente que lo hagan. A ella en particular, le fascina el león Aslan. Y ya saben cómo son los niños: quiere verla a todas horas.
A mí me llama la atención que, pese a su corta edad, no tiene problema en distinguir los bandos, los personajes que pertenecen a uno o a otro, la lucha en definitiva entre el bien y el mal.
Narnia es un fantástico mundo de fantasía, lleno de seres mitológicos. Los protagonistas, cuatro niños de una familia, acceden a él a través de un armario cuando jugaban al escondite, y se encuentran pronto en una batalla a punto de estallar. Por una parte, la bruja blanca y sus vasallos, oscuras criaturas que han instalado el frío de un perpetuo invierno en Narnia, y por otra, el león Aslan y sus seguidores, que luchan por devolver la luz a Narnia y derrotar a la bruja.
Mi pequeña entiende que Aslan es bueno, y la bruja mala. No hay más. O se está con uno, o se está con otro. Una vez franqueado el armario y entrado en Narnia, hay que decantarse. No se puede permanecer impasible e indiferente ante la guerra en ciernes.
¿Muy simplista? No lo creo. Cuando hemos cruzado el “armario de la fe”, cuando nuestros ojos descubren un nuevo y maravilloso mundo, lleno de posibilidades, que tantas veces vive en la oscuridad y el letargo de un largo invierno (estando llamado a irradiar la luz y vida de la primavera); cuando sabemos que existe la salvación para los hombres, no cabe la pasiva indolencia, ni la neutralidad. Pues en nuestra mundo también hay una batalla: está en juego que los hombres conozcan a Aslan, y vivan una vida de plenitud en su luz, llegando a una Narnia esplendorosa, o que permanezcan en la oscuridad del invierno de la bruja. Cuando la fe nos abre los ojos a esta realidad, todo acto en nuestra vida sólo puede tomar dos caminos: o sirve para la construcción del Reino de Dios, una Narnia en primavera, o sirve para seguir adormilado en el oscuro invierno.
Si bien es cierto que en nuestra debilidad daremos muchas veces pasos en falso y caeremos en las trampas de la bruja, nuestra voluntad última no admite relativismos. Además, “Aslan” siempre puede rescatarnos de manos de la bruja y traernos de vuelta a su lado, si así lo deseamos.
Quisiera tener la nitidez de visión de mi pequeña. Para ella, las muñecas “Monster High” son feas. Los disfraces del próximo Halloween también; le desagradan. Y las brujas son malas, todas, sin excepción. Como les comentaba: elegir la luz o la oscuridad, la belleza o la fealdad, el bien o el mal. En toda acción, en todo lugar, en todo momento. Tan “sencillo” como eso.
Por algo decía el Señor que debíamos hacernos como niños para entrar en el Reino de Dios. Si bien es cierto que nosotros les transmitimos la fe, su clara y limpia mirada nos enseña tantas veces el camino cuando nosotros nos extraviamos entre tanta sabiduría y conocimiento. Dios los bendiga.
Y ánimo en la batalla. Por Narnia, por Aslan.