El otro día, al término de la Santa Misa, un feligrés se me acercó con gesto de sorpresa para preguntarme si pertenecía a algún movimiento extraño dentro de la Iglesia.
Mi gesto estupefacto como el suyo, al escuchar su segunda pregunta, debió desconcertarle a él también: “¿Por qué te has arrodillado para recibir la Comunión?”, inquirió, como si hablase con un alienígena.
Una vez más, el Paráclito debió iluminarme para responderle: “¿Acaso tú no te arrodillarías también si tuvieras a Jesús delante de tus narices?”.
A menudo pienso en la falta de fe y de respeto al Señor que supone recibir la Sagrada Comunión en la mano y de pie, e intento, en la medida de lo posible, desagraviarle con alguna oración.
Con la Eucaristía no hay modas ni nuevos tiempos que valgan. Hablamos de Nuestro Señor Jesucristo, con su Cuerpo, su Alma, su Sangre y su Divinidad. El mismo Cristo de hace más de 2.000 años, sobre el que ya San Sixto I, el séptimo Papa de la Iglesia Católica, estableció que sólo los servidores del culto, es decir los sacerdotes, podían tocarle en la Sagrada Forma.
El propio San Agustín advertía también: “Nadie se alimenta de esta carne antes de haberla adorado… Pecamos si no la adoramos”. Y San Francisco tampoco se quedaba corto: “Cuando el sacerdote ofrece a Jesús en el altar y lo lleva a algún lado, todas las personas deberían doblar las rodillas y rendir al Señor, al Dios vivo y verdadero, alabanza, gloria y devoción”.
Santo Tomás de Aquino, sin ir más lejos, remarcó que el Más Sagrado sólo podía ser tocado por manos consagradas, excepto en el caso de “emergencias”. Pero el problema hoy es que lo “extraordinario” se ha convertido, por falta de información, dejación y/o cobardía, en lo “ordinario”.
¿Acaso algún sacerdote santo de nuestra Iglesia ha osado administrar alguna vez en su vida la Comunión en la mano? Si el Santo Cura de Ars o el Padre Pío, modelo de sacerdotes, levantasen hoy la cabeza…
Juan Pablo II ya se lamentaba: “En varios países la Comunión en la mano se ha vuelto la norma… Pero digo que no puedo estar a favor de ella, ni tampoco puedo recomendarla… Poner las manos en las Sagradas Formas es un privilegio de las personas ordenadas”. Y añadía que los laicos solamente pueden obtener dicho permiso “en el caso de una verdadera emergencia”.
Curiosamente, los documentos del Concilio Vaticano II no contienen nada en absoluto sobre este asunto tan importante, y sin embargo muchas personas asocian por error la Comunión en la mano con una disposición conciliar.
Finalmente, se arguyen torpes excusas para no administrar la Comunión en la boca, como la propagación de gérmenes o la falta de higiene. Pero en tantos siglos de historia, los fervientes católicos han recibido a Jesús en la boca y no ha pasado absolutamente nada.
Y entonces me pregunto: ¿A quién interesa de verdad que Jesucristo no sea adorado hoy como merece?
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