Cierto es que no existe una Iglesia Española. Existe una Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, Esposa del Señor, Pueblo de Dios, que peregrina en España camino de la Patria del Cielo.
No existen Iglesias Nacionales por más confusión que en algunos haya causado la existencia de las Conferencias Episcopales.
Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, pero eso sí, sin olvidar que en última instancia hasta el Cesar es de Dios y que, sin confusión ni mezcla, el ámbito temporal debe ordenarse conforme al Derecho Divino.
Pero ciertamente las circunstancias concretas, esto es todos los factores que conforman nuestra vida, son un factor primordial de nuestra vocación. Dios a cada cual le llama dentro de unas circunstancias por Él queridas que constituyen el ambiente humano-Divino donde realizar la vocación.
La vocación por tanto se verifica, para cada uno de nosotros, hecha “carne” en nuestra circunstancia concreta. Dios nos ha hecho Iglesia, nos ha llamado, dentro de una familia particular y en una Patria particular que en mi caso es España, como lo fue para los mártires beatificados el 13 de octubre. Dice el libro de Isaías: “No te hablé a escondidas, en un país tenebroso, no dije a la estirpe de Jacob: "Buscadme en el vacío".”, también dice San Juan en el libro del Apokalipsis que vio hombres de “toda raza, lengua, pueblo y nación”.
El cuarto mandamiento de la ley de Decálogo, primer mandamiento para con el prójimo reflejo del primer mandamiento para con Dios, manda honrar al padre y a la madre. Por extensión la Iglesia siempre ha enseñado que en este mandamiento está incluido el amor a la Patria. Amor no excluyente para con el resto de naciones y siempre subordinado al Amor de Dios y a los hermanos, del que es reflejo.
Seguramente desde una visión puramente teórica cabe la separación del Amor a Dios, el amor a las almas y el amor a la Patria, pero puesto que el hombre es uno esos amores (y los deberes que de ellos se derivan) están íntimamente ligados.
No es casualidad, ni fruto de una cultura particular, que allí donde arraigó el Cristianismo brotase además un auténtico amor a la Patria. No un amor idólatra, sino un amor enraizado en la Verdad, un amor dado en su justa medida.
Alguno argumentará que ya en la Roma pagana se cultivaba el amor patrio, pues si, como el amor esponsal y familiar, pero el Cristianismo vino a purificar esos amores y llevarlos a plenitud.
Por traer ejemplos de más allá de nuestras fronteras, recuerden como Jesucristo, nuestro Señor, pidió a Santa Margarita que en la bandera francesa figurase su Sagrado Corazón o como el Ángel que se apareció a Santa Lucia en Fátima se presentó como en “Ángel de Portugal”. Algo tendrá que ver el Amor a Dios y el amor a la Patria.
Con toda devoción filial, con todo mi amor de hermano, con toda obediencia y humildad, quiero decir a mis pastores que se equivocan gravemente cada vez que, como ocurrió en la beatificación de los mártires en Tarragona, se trata de ocultar cualquier atisbo de españolidad. ¡Fuera banderas!, cualquier cosa menos la bandera de España, no sea que nos vayan a tildar de “fachas”, como si el evitar la ostentación de la bandera fuera a ganar almas para Cristo.
La verdad es que la directriz dada desde la organización de impedir que los asistentes portasen la enseña nacional no me extraño en absoluto, ya la vivimos, ¡pásmense ustedes!, durante la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Solo desde el complejo de inferioridad y desde el temor se puede entender una medida tan ilógica, y el temor y el complejo son señal de que uno no se deja guiar por el Espíritu Santo.
Este fenómeno eclesial es endémico de España. A los Católicos Franceses, Italianos, Coreanos, Estadounidenses… no les causa repulsa ver sus símbolos nacionales en celebraciones religiosas. Somos víctimas, como Iglesia peregrina en España, de nuestra historia reciente, mejor dicho de haber asumido, renunciado a toda resistencia, la versión tergiversada que de esa historia nos cuentan hasta la extenuación.
No fue casual que muchos españoles, hace ya setenta y siete años, luchasen por el ideal de Dios y España. No fue propaganda política el que, en medio de todas penurias y bajezas que puedan darse en una guerra, aquella fuera vivida por muchos con espíritu de Cruzada.
No fue casualidad que el bando autodenominado Rojo, ahora Republicano, procurase la aniquilación total de la Iglesia Católica. No es casualidad, ni hará falta un estudio sociológico para demostrarlo, que los españoles que odian a España, hoy, como nación odian también a la Iglesia Católica, bien ven ellos la unidad que entre ambas cosas existe.
Dios, nuestro Señor, nos mandó amar a nuestros enemigos. No nos mandó el no tenerlos, en lo que alguno parece empeñado, porque no depende de nosotros. Así pues demos una auténtica respuesta cristiana a todas estas circunstancias en que nos movemos: amor, amor, amor y amor…
Amor a Dios
Amor a la Patria
Amor a la familia
Amor a los hermanos
y Amor al enemigo.
Y ya saben: “En lo esencial, unidad. En lo secundario, libertad. En todas las cosas caridad”.
Germán Menéndez.
menendez.german@gmail.com