"La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables". Así afirmó el cardenal Amato este domingo en su homilía durante la misa de beatificación de 522 mártires españoles, que encontraron la muerte en las persecuciones que sufrió la Iglesia en 1934 y 1936.

 El prefecto de la Congregación para las Causa de los Santos, dejó claro que "no odiaban a nadie", "no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente ni apoyaban a ningún partido. No eran provocadores, eran hombres y mujeres pacíficos que fueron matados por odio a la fe". Fueron "víctimas inocentes, que soportaron torturas, humillaciones y suplicios indescriptibles" y cayeron a manos de la "niebla diabólica de una ideología que anuló a millones de ciudadanos pacíficos". No se podía resumir mejor lo que sucedió en aquellos años en España, la barbarie comunista y anarquista que se desató con un odio indecible sobre todo lo que representara la fe católica.

Sin embargo, y a pesar de que aún no se ha escuchado una sola palabra de arrepentimiento por parte de aquellos que son ideológicamente sus herederos, como dijo también monseñor Amato en su homilía: la Iglesia no busca culpables, es decir, no eleva a los altares a los mártires para señalar públicamente a sus asesinos o a los que siguen enarbolando la bandera del odio. La beatificación de los mártires se produce como un acto de justicia, no como un gesto de venganza o de denuncia. "La iglesia no quiere olvidar a estos, sus hijos dolientes. Los ora con culto público para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia de bienes", añadió el purpurado italiano. Sin embargo, a pesar de que esto es así y de que nada más lejos de la intención de la Iglesia que remover viejos odios, es necesario preguntarse por qué los que descienden ideológicamente de los que antaño mataron, robaron, violaron e incendiaron no han pedido nunca perdón. Por el contrario, hacen todo lo posible por manchar la memoria de los mártires, alegando que ellos cayeron en un bando y en el otro también se produjeron matanzas y abusos. Olvidan deliberadamente que los mártires "no fueron caídos de la Guerra Civil, sino víctimas de una persecución religiosa que se proponía el exterminio programado de la Iglesia". La Iglesia es la casa del perdón y los mártires murieron perdonando, pero no estaría de más que los sucesores de los asesinos pidieran alguna vez perdón.