Si la cara fuera el espejo del alma la ministra francesa de salud, Najat Vallaud-Belkacem, sería Pocahontas peinada a lo garçon en lugar de un cruce de Robespierre y Edit Piaf que entona La vie en rose mientras saca brillo a la guillotina abortista. Y, por lo mismo, Rafael Correa, el presidente de Ecuador, quien amenaza con dimitir si se aprueba la ley del crimen intrauterino, sería un hacendado cocalero en lugar del digno mandatario que ha puesto pies en pared para evitar que miles de embarazadas de su país se queden sin pataditas. 
La ministra impulsa en internet una página oficial para contrarrestar la fuerza de un colectivo pro vida bien situado en la red que al analizar los efectos secundarios del aborto aclara a las francesitas que la estría, herida de amor, embellece y que la depresión posparto es estado eufórico al lado de la desolación por la pérdida. Bien lo sabe Correa, que justifica en su raíz católica la decisión de evitar que en su patria el segundo supuesto le haga la cama al quinto mandamiento so pretexto de que en el cielo faltan angelitos negros.