Sé que la expresión “fotocopia de Cristo” no se puede aplicar ni al santo más santo. La uso -como indiqué en el escrito “Presentación”- en el sentido en que fray Modestino de Pietrelcina se la aplicaba a su Padre espiritual, el Padre Pío.
3. «Hombre de oración» (Pablo VI)
Basta abrir cualquiera de los cuatro Evangelios para descubrir la importancia de la oración en la vida de Jesús. Por ejemplo, el de Marcos. En el capítulo primero, después de presentarnos un día de actividad intensa de Jesús en Cafarnaúm, añade: «Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y se puso a orar» (Mc 1, 35). Después de la primera multiplicación de los panes, escribe: «Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar» (Mc 6,46). Y tras el relato de la cena pascual e institución de la Eucaristía: «Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní y dice a sus discípulos: Sentaos aquí mientras voy a orar» (Mc 14, 32).
Jesús, además, enseñó a sus discípulos a orar; no sólo con su ejemplo y con la oración del Padrenuestro, cuando uno de sus discípulos le pidió: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó sus discípulos» (Lc 11, 1), sino con otros muchos mensajes.
Jesús, además, enseñó a sus discípulos a orar; no sólo con su ejemplo y con la oración del Padrenuestro, cuando uno de sus discípulos le pidió: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó sus discípulos» (Lc 11, 1), sino con otros muchos mensajes.
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Del Padre Pío se ha escrito: «El Padre Pío es un hombre hecho oración; es la definición que mejor le corresponde, como al seráfico Padre»; y fueron muchos los que aprendieron de él la difícil e importante práctica de la oración.
El Padre Pío dijo en cierta ocasión: «Yo quiero ser solamente un pobre fraile que ora». Y este deseo no quedó en meras palabras. El padre Fernando de Riese Pio X, en su biografía “Padre Pío de Pietrelcina - Un crucificado sin cruz”, escribe: «En su reclinatorio o en el altar, en la iglesia o en la celda, caminando por los claustros o por los senderos del huerto de los capuchinos, con las manos recogidas o desgranando el rosario, su mundo es Dios... Su vida es, sobre todo, vida de oración, de coloquio ininterrumpido, dulce y obstinado, con Dios. La oración le absorbe todo su tiempo». Y unas líneas más adelante: «En las tentaciones, reza; en los meses de total segregación, desde el 11 de junio de 1931 al 16 de julio de 1933, reza; en las alegrías, reza; en las experiencias extraordinarias, reza; en los momentos dramáticos, reza; en las enfermedades, reza; en la programación de sus iniciativas, reza».
El Padre Pío oraba para prepararse a la santa Misa y para dar gracias después de celebrarla; oraba para encontrarse con Dios: «En el estudio de los libros se busca a Dios, en la meditación se le encuentra», solía repetir; oraba para contemplar la vida y, sobre todo, la pasión y muerte de Cristo: «El alma cristiana no deja pasar un solo día sin meditar la pasión de Jesucristo», se decía a sí mismo y a los demás; oraba buscando alivio en sus continuos sufrimientos: «El mejor consuelo es el que viene de la oración», aconsejaba desde su experiencia personal de cada día; oraba para comprar las almas para Dios: «O perdonas a tu pueblo o bórrame del libro de la vida»; oraba para implorar de Dios las gracias que le suplicaban sus devotos: «Mis oraciones, que tú me pides con insistencia, no te faltan nunca, porque no puedo olvidarme de ti que me costaste tantos sacrificios», escribía a uno de sus hijos espirituales; oraba, con devoción especial, para felicitar e invocar a la Virgen María, sobre todo con el rezo del rosario, que era su oración preferida y su arma contra las fuerzas del mal…
Lo que acontecía en la oración del Padre Pío nos quedará siempre en el misterio, al menos a juzgar por lo que escribió a su Director espiritual, el padre Benedicto. El 26 de marzo de 1914 le dice: «En cuanto me pongo a orar, inmediatamente siento mi corazón como invadido por una llama de un vivo amor... Es una llama delicada y muy dulce, que consume y no causa ninguna pena»; y unos meses antes, el 1 de noviembre de 1913: «Lo que sí sé decir de esta oración es que me parece que el alma se pierde totalmente en Dios... Otras muchas veces me siento impelido por un ímpetu muy vehemente, siento que Dios me aprieta, me parece que voy a morir. Todo esto nace... de una llama interior y de un amor excesivo que, si Dios no acudiese en mi ayuda en seguida, me consumiría».
El Padre Pío fue, además, un buen maestro de oración. Invitó a orar: «Ora con constancia, con confianza y con la mente tranquila y serena»; enseñó los frutos de la oración: «La oración es la mejor arma, es la llave que abre el corazón de Dios»; aconsejó la oración insistente «ya que la insistencia pone de manifiesto la fe»; oró, durante muchos años, a mediodía y al atardecer, con los miles de peregrinos que llegaban cada día al santuario de Nuestra Señora de las Gracias; y, para secundar las llamadas a la oración del papa Pío XII, promovió con nuevo empuje, a partir del año 1947, los Grupos de Oración, que muy pronto se extendieron por todo el mundo, y para los que celebró su última Misa y a los que impartió su última bendición, el día 22 de septiembre de 1968, pocas horas antes de su muerte, durante el Congreso internacional que celebraron en San Giovanni Rotondo.
El Padre Pío dijo en cierta ocasión: «Yo quiero ser solamente un pobre fraile que ora». Y este deseo no quedó en meras palabras. El padre Fernando de Riese Pio X, en su biografía “Padre Pío de Pietrelcina - Un crucificado sin cruz”, escribe: «En su reclinatorio o en el altar, en la iglesia o en la celda, caminando por los claustros o por los senderos del huerto de los capuchinos, con las manos recogidas o desgranando el rosario, su mundo es Dios... Su vida es, sobre todo, vida de oración, de coloquio ininterrumpido, dulce y obstinado, con Dios. La oración le absorbe todo su tiempo». Y unas líneas más adelante: «En las tentaciones, reza; en los meses de total segregación, desde el 11 de junio de 1931 al 16 de julio de 1933, reza; en las alegrías, reza; en las experiencias extraordinarias, reza; en los momentos dramáticos, reza; en las enfermedades, reza; en la programación de sus iniciativas, reza».
El Padre Pío oraba para prepararse a la santa Misa y para dar gracias después de celebrarla; oraba para encontrarse con Dios: «En el estudio de los libros se busca a Dios, en la meditación se le encuentra», solía repetir; oraba para contemplar la vida y, sobre todo, la pasión y muerte de Cristo: «El alma cristiana no deja pasar un solo día sin meditar la pasión de Jesucristo», se decía a sí mismo y a los demás; oraba buscando alivio en sus continuos sufrimientos: «El mejor consuelo es el que viene de la oración», aconsejaba desde su experiencia personal de cada día; oraba para comprar las almas para Dios: «O perdonas a tu pueblo o bórrame del libro de la vida»; oraba para implorar de Dios las gracias que le suplicaban sus devotos: «Mis oraciones, que tú me pides con insistencia, no te faltan nunca, porque no puedo olvidarme de ti que me costaste tantos sacrificios», escribía a uno de sus hijos espirituales; oraba, con devoción especial, para felicitar e invocar a la Virgen María, sobre todo con el rezo del rosario, que era su oración preferida y su arma contra las fuerzas del mal…
Lo que acontecía en la oración del Padre Pío nos quedará siempre en el misterio, al menos a juzgar por lo que escribió a su Director espiritual, el padre Benedicto. El 26 de marzo de 1914 le dice: «En cuanto me pongo a orar, inmediatamente siento mi corazón como invadido por una llama de un vivo amor... Es una llama delicada y muy dulce, que consume y no causa ninguna pena»; y unos meses antes, el 1 de noviembre de 1913: «Lo que sí sé decir de esta oración es que me parece que el alma se pierde totalmente en Dios... Otras muchas veces me siento impelido por un ímpetu muy vehemente, siento que Dios me aprieta, me parece que voy a morir. Todo esto nace... de una llama interior y de un amor excesivo que, si Dios no acudiese en mi ayuda en seguida, me consumiría».
El Padre Pío fue, además, un buen maestro de oración. Invitó a orar: «Ora con constancia, con confianza y con la mente tranquila y serena»; enseñó los frutos de la oración: «La oración es la mejor arma, es la llave que abre el corazón de Dios»; aconsejó la oración insistente «ya que la insistencia pone de manifiesto la fe»; oró, durante muchos años, a mediodía y al atardecer, con los miles de peregrinos que llegaban cada día al santuario de Nuestra Señora de las Gracias; y, para secundar las llamadas a la oración del papa Pío XII, promovió con nuevo empuje, a partir del año 1947, los Grupos de Oración, que muy pronto se extendieron por todo el mundo, y para los que celebró su última Misa y a los que impartió su última bendición, el día 22 de septiembre de 1968, pocas horas antes de su muerte, durante el Congreso internacional que celebraron en San Giovanni Rotondo.
Elías Cabodevilla Garde