Hay dos palabras que suelen resonar en nuestros oídos con frecuencia: misión y compromiso. Ambas se utilizan para señalar nuestra actitud frente al mandato de Cristo: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura". (Mc 16,15). Misión y compromiso requieren valentía. ¿Dónde la podemos encontrar?
Cuando Jesús mandó a los discípulos ir a su mies, que había sido bien sembrada por el Verbo del Padre, pero que necesitaba ser trabajada, cultivada, cuidada con solicitud para que los pájaros no saquearan la simiente, les dijo: «Mirad que os mando como corderos en medio de lobos»... El Buen Pastor no podía temer a los lobos para su rebaño; sus discípulos no fueron enviados para ser una presa, sino para difundir la gracia. La solicitud del Buen Pastor hace que los lobos no puedan emprender nada contra los corderos que envía; les envía para que se cumpla la profecía de Isaías: «Llegará el día en que lobos y corderos pacerán juntos» (Is 65,25)... Por otra parte ¿no han sido enviados los discípulos con la orden de no llevar ni tan siquiera un bastón en la mano?...
Lo que el humilde Señor les ha mandado, sus discípulo los cumplen por la práctica de la humildad. Porque les envía a sembrar la fe no por obligación sino por la enseñanza; no haciendo servir la fuerza de su poder, sino exaltando la doctrina de la humildad. Y juzgó necesario unir la paciencia a la humildad, y de ahí el testimonio de Pedro en favor de Cristo: «Cuando lo insultaban no devolvía el insulto; cuando lo golpeaban, no devolvía los golpes» (1P 2,23).
Todo eso quiere decir: «Sed mis imitadores: abandonad el gusto por la venganza, a los golpes arrogantes responded devolviendo el mal a través de una paciencia que perdona. Que nadie imite por su propia cuenta lo que reprende de otro; la suavidad es la mejor respuesta a los insolentes». (San Ambrosio de Milán. Comentario al evangelio de Lucas, 7, 45.49)
Ser testigos creíbles es una actividad expuesta a las críticas de los demás. Críticas que saben incidir justo en aquello que más no duele o nos perturba. La prepotencia de quien nos critica, perdonándonos después la vida con desdén, suele exasperar a cualquiera. ¿Qué se creen? ¿Nos toman por ignorantes y locos?
Precisamente la Iglesia, que es sabia y está iluminada por el Espíritu Santo, ha sabido crear toda una teología entorno a la aparente ignorancia y a la aparente locura del cristiano. La “docta ignorancia” de Nicolás de Cusa nos hace reflexionar sobre la ignorancia del cristiano, contraponiéndola a la ignorancia de los sabios. La ignorancia de los sabios parte de la soberbia, la ignorancia del cristiano, parte de la humildad. La divina locura nos la enseño San Francisco de Asís. Su forma de actuar y vivir nos enseña que no podemos actuar como el mundo espera de nosotros, ya que la desesperación no tarda en rompernos por dentro.
En ese sentido, ser cristiano y una persona actual, es algo totalmente coherente, aunque parezca a muchos un oxímoron, es decir, una contradicción que sólo la retórica puede hacer pasar por válida. El cristianismo, para estas personas, se reduce a un espacio vacío, anticuado y carente de sentido en la postmodernidad que vivimos. Sin duda, podríamos atacar esta visión con las mismas armas y volver la tortilla con facilidad, pero es un ejercicio inútil. Nadie puede juzgar lo que desconoce y si lo hace, dice más de sí mismo, que de lo que ignora.
¿Qué postura podemos tomar los cristianos? Como indica San Ambrosio: “Sed mis imitadores: abandonad el gusto por la venganza, a los golpes arrogantes responded devolviendo el mal a través de una paciencia que perdona. Que nadie imite por su propia cuenta lo que reprende de otro; la suavidad es la mejor respuesta a los insolentes” Podríamos pensar en que su postura es un tanto ingenua, pero hay una prueba de que San Ambrosio no se equivocaba: la conversión de San Agustín.
Ante el desprecio prepotente que la sociedad tiene con nosotros, nada mejor que la paciencia que perdona. La mejor respuesta es la que se da con suavidad y caridad. No puede ser una respuesta que reproduzca la soberbia de quien nos juzga y tolera displicentemente, ya que no arreglamos nada utilizando la ley del Talión. La respuesta cristiana debe ser de apertura a quien necesita de Cristo y se ve impedido por los prejuicios que generan ignorancia. Simplemente, con paciencia, hay que señalar que somos igual de humanos, limitados y falibles que cualquiera. Pero lo que nos diferencia es la Esperanza que nos permite cimentar la Fe y actuar con caridad. Tender la mano a quien nos necesita con honestidad y amor. Poner la otra mejilla tiene este significado: humildad y honestidad.