Al comienzo de esta audiencia, el Papa hace alusión a una realidad preciosa que pertenece al pueblo de Dios: El derecho a escuchar la Palabra de Dios en abundancia. Bien leída y bien explicada en la homilía. Este derecho incumbe especialmente al sacerdote u obispo que preside la celebración. No está allí para decir sus ideas y pensares, sino la orientación de la Iglesia: “¡Es un derecho! Y cuando la Palabra de Dios no está bien leída, no es predicada con fervor por el diácono, por el sacerdote o el obispo, se falta a un derecho de los fieles. Nosotros tenemos el derecho de escuchar la Palabra de Dios. El Señor habla para todos, pastores y fieles. Él llama al corazón de cuantos participan en la Misa, cada uno en su condición de vida, edad, situación. El Señor consuela, llama, suscita brotes de vida nueva y reconcilia. Y esto, por medio de la Palabra. ¡Su Palabra llama al corazón y cambia los corazones!”
Al concluir la homilía, siempre debe haber un espacio de silencio. Es tiempo de meditar las lecturas y la homilía. De escuchar al Espíritu Santo mirando a la vida futura que hay que cambiar.
A continuación, recitamos el Credo como adhesión común a lo que hemos escuchado en las lecturas y en la homilía: “Hay un nexo vital entre la escucha y la fe. Están unidas. Esta -la fe-, de hecho, no nace de la fantasía de mentes humanas, sino como recuerda san Pablo, «viene de la predicación y la predicación, por la Palabra de Cristo». La fe se alimenta, por lo tanto, por la predicación y conduce al Sacramento. Así el rezo del Credo hace que una asamblea litúrgica «recuerde, confiese manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía»”.
El Concilio Vaticano introdujo una antigua plegaria que denominamos oración de los fieles u oración universal por las necesidades de la Iglesia y del mundo. “Para que «con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero». Por tanto, bajo la guía del sacerdote, que introduce y concluye, “el pueblo, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece suplicas a Dios por la salvación de todos”.
Toda petición debe estar fundamentada en la fe. La fe nos coloca en proyecto a amor de Dios sobre cada uno de nosotros. En este momento de la oración de los fieles es la ocasión de pedir al Señor las cosas que más necesitamos según su voluntad.
“«Todo es posible para quien cree», ha dicho el Señor. El hombre a quién se dirigía, dijo: «Creo, Señor, ayuda mi poca fe». También nosotros podemos decir: «Señor, yo creo, pero ayuda mi poca fe». Las pretensiones lógicas humanas, sin embargo, no despegan hacia el Cielo, así como permanecen sin ser escuchadas las oraciones las peticiones autorreferenciales. Las intenciones por las que e invita al pueblo a rezar deban dar voz a las necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo., evitando recurrir a fórmulas convencionales y miopes. La «oración universal», que concluye la liturgia de la Palabra, nos exhorta a poner nuestra mirada en Dios, que cuida de todos sus hijos”.