Sí señor, porque en un detalle en el que pocos reparan, la Virgen María no había sido aún asunta a los cielos cuando en el año 40 se presenta ante el apóstol Santiago que se halla en España, más concretamente en la ciudad de César Augusta, hoy Zaragoza. En otras palabras, está “viva” aún y en la tierra, por cierto por mucho tiempo todavía según quiere la tradición existente sobre ella, por lo que técnicamente hablando no se puede hablar de una “aparición” al modo y manera de las tantas ocurridas después en Lourdes, en Fátima, y en tantos otros lugares de la cristiandad, y habría que hablar más bien de una “traslación en carne y hueso”, o si lo prefieren Vds., hasta de una “bilocación” de su persona en toda regla.
Lo que en todo caso demuestra la tradición de la presentación de la Virgen a Santiago es la especial vinculación y hasta predilección que unió a la madre de Jesús con los hijos de Zebedeo, siendo así que uno de ellos, Juan, se hace cargo de su manutención por especial requerimiento de su hijo (ver Jn. 19, 27), existiendo sobre el modo en que lo hizo toda una larga y consolidada tradición (), mientras el otro recibía el apoyo de la madre del Maestro en los momentos más difíciles de su ministerio.
La base y contenido de la tradición de la Virgen del Pilar se halla en un códice datable en 1300, -aunque algunos han intentado argumentar que dataría de principios del s. VII-, que, custodiado en la Basílica del Pilar de Zaragoza, relata con todo lujo de detalles la entera escena, lo que hace con estas palabras con las que hoy me despido y con las que quiero rendir homenaje a una Virgen tan española y tan querida por los españoles, aunque no sea la patrona de España, pero sí de la Hispanidad, (), a no ser que sea Vd. de los que cree que la patrona de la Hispanidad es la Virgen de Guadalupe ().
“Entre tanto, Santiago el Mayor, hermano de Juan, hijo del Zebedeo, por revelación del Espíritu Santo, recibió un mandato de Cristo para que viniese a España a predicar la palabra de Dios. El se dirigió inmediatamente a la Virgen, le besó las manos y le pidió con piadosas lágrimas la licencia y bendición. La Virgen le dijo: “Ve, hijo; cumple el precepto de tu Maestro, y por el mismo te ruego que en una ciudad de España, donde convirtieres mayor número de hombres a la fe, edifiques una iglesia en memoria mía, como te mostraré que lo hagas”. Saliendo, pues, Santiago de Jerusalén, anduvo predicando por España. Recorriendo Asturias, llegó a la ciudad de Oviedo, donde convirtió uno a la fe. Entrando luego en Galicia, predicó en la ciudad de Padrón. De allí se dirigió a Castilla, que se llama la España Mayor, y finalmente a la España Menor, que se llama Aragón, en aquella región que se dice Celtiberia, donde está situada Zaragoza, a orillas del río Ebro.
Aquí predicó Santiago muchos días, logrando convertir para Cristo a ocho hombres. Con ellos se entretenía a diario acerca del reino de Dios, y por la noche se iba a una era cerca del río, donde se echaba en la paja. Allí, después de un breve reposo, se daban a la oración, evitando las turbaciones de los hombres y las molestias de los gentiles. A los pocos días, estando el Apóstol con los fieles sobredichos, cansados de la oración hacia la media noche, y durmiendo ellos, oyó Santiago voces de ángeles que cantaban: “Ave Maria, gratia plena”, como si empezasen los maitines del oficio de la Virgen con este suave invitatorio. El, arrodillándose en seguida, vio a la Virgen, madre de Cristo, entre dos coros de millares de ángeles, colocada sobre un pilar de mármol. La armonía de la Celestial Milicia de los ángeles terminó los maitines de la Virgen con el verso Benedicamus Domino.
Acabado éste, el piísimo semblante de la bienaventurada Virgen María llamó a sí dulcísimamente al santo Apóstol, y le dijo: “He aquí, hijo mío, Santiago, el lugar designado y deputado para mi honor. Mira este pilar en que asiento. Sabe que mi Hijo, tu Maestro, lo ha enviado desde lo alto por mano de los ángeles. Alrededor de este sitio colocarás el altar de la capilla. En este lugar obrará la virtud del Altísimo prodigios y milagros admirables por mi intercesión y reverencia a favor de aquéllos que imploren mi auxilio en sus necesidades. Y el pilar estará en este lugar hasta el fin del mundo, y nunca faltarán en esta ciudad adoradores de Cristo”. Entonces el apóstol Santiago, lleno de alegría, dio innumerables gracias a Cristo y también a su madre. Luego aquel ejército de ángeles, tomando a la Señora de los cielos, la restituyó a Jerusalén y la colocó en su celda. Este es aquel ejército de ángeles que Dios envió a la Virgen en la hora que concibió a Cristo, para que la guardasen y acompañasen en todos los caminos, y conservasen ileso al Niño.
Gozoso el bienaventurado Santiago con tal visión y consolación, empezó inmediatamente a edificar allí la iglesia, ayudándole los que había convertido a la fe.”
©L.A.
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