Cuando por cortesía del Espejo de la Iglesia de la COPE cayó en mis manos el libro “Iban a la muerte como a una fiesta” que narra el martirio de los monjes del Pueyo que serán beatificados en Tarragona este fin de semana, su lectura fue como un imán del que no me podía despegar hasta apurar todas sus páginas.
Es fácil leer un libro de mártires y sentirse movido a ser mejor cristiano, dando la vida por Cristo gota a gota o de una vez si toca, como decía la canción que cantábamos en las Congregaciones Marianas.
Pero ver la película Un Dios Prohibido que ha dirigido Pablo Moreno es harina de otro costal, pues uno sale revuelto del cine con una mezcla de sentimientos encontrados que le hacen ver que por mucho romanticismo que haya en la idea del martirio, al ponerle cara a esos héroes para ver su particular pasión es inevitable que se te revuelva el estómago.
Por eso el pasado martes cuando acudimos a la sesión que se proyectó en Madrid con motivo de Ciclo de Cine y Encuentros sobre Mártires del Siglo XX yo no podía esperarme la reacción que la cinta provocó en los espectadores.
De allí nadie salió enardecido, con ganas de irse de fiesta o de ponerse a celebrar. Nadie aplaudió al acabar la película. Más bien al acabar el visionado había un ambiente de pesadumbre en el teatro que luego rápidamente disipamos hablando de otros temas como para aliviar la mente y el corazón que se habían quedado encogidos.
Y el mérito de la película está ahí; no sólo en la valentía de abordar un tema que se ha convertido en tabú en nuestra sociedad e historiografía, sino en hacernos experimentar esa mezcla de sentimientos cristianos y humanos que nos lleva a admirar el martirio y repugnar la injusticia.
Hasta ahora no había pensado nunca con la suficiente profundidad lo difícil que debe ser dar la vida como mártir cuando todo a tu lado te dice que están cometiendo una injusticia contigo. No es fácil perdonar, ni ser manso ante los desafueros de la iniquidad sufrida en carne propia. No es sencillo callar ante acusaciones infundadas por más que se sea cristiano.
Yo aún diría más, no es humano, ni tampoco lógico pues nuestro instinto más primario siempre nos lleva a descargarnos de culpa diciendo “no he sido yo”, o “ha sido fulanito”, incluso aunque no tengamos la razón, y cuánto más si ésta nos asiste.
Es por eso que el martirio de estos seminaristas claretianos, compartido con los monjes benedictinos el Pueyo, y presidido por la pasión experimentada por el obispo beato Florentino Asensio, es un testimonio vivo de la locura de la cruz y del amor entregado hasta el extremo con el que nos amó Jesucristo.
Y ante la cruz, la injusticia y la maldad sólo cabe una cosa: entregar nuestro propio pecado, reconociendo que al final sólo Dios es bueno y que a nosotros sólo nos cabe ser hijos, dejándonos cuidar por un Dios que quiere cargar con nuestras faltas…y eso no es fácil.
La cruz confunde, revuelve y hasta escandaliza a nuestro propio yo religioso porque en el fondo seguimos queriendo ganarnos a Dios y seguimos queriendo ser justos por nuestras propias fuerzas. Preferimos pensar que hay buenos y malos, justos y pecadores, sin entrar en autocríticas que no vaya a ser nos lleven a la verdadera santidad.
Y ante la cruz todos somos igualmente víctimas y verdugos, pues nos confronta a nuestra verdad existencial más dolorosa, que es no es sino el pecado que habita y hiere nuestros corazones.
Quizás por eso uno sale de la película contento pero tocado, pues a ninguno nos es ajeno el drama que se vivió allí, y todos nos preguntamos de qué lado estaríamos llegado el momento. Y claro, en eso no caben ni reflexiones políticas, ni justificaciones ideológicas, ni siquiera reflexiones sobre la injusticia de las cosas. Y aunque me consta que para las beatificaciones de Tarragona hay grupos que la quieren montar, no creo que nadie saliera con ganas de pelea del cine ni que allí la vayan a encontrar.
El martirio vivido fue una tragedia dolorosa ante la que sólo cabe llorar…aunque eso sí, como cristianos tenemos mucho más que decir y que sentir, porque tras la cruz, viene la gloria.
Después de la cruz viene la resurrección, y como la vida misma tras volver a casa llegó esa sensación de gracia y elevado sentimiento religioso que me alcanzó paseando por la noche con mi perro y tarareando canciones junto con vivas a Jesucristo, emulando a los mártires de Barbastro en su camino a la muerte.
Orgullo de ser cristiano, presencia de Dios, ideales de juventud renovados…no lo sé…al final esa paz de sentir que en esta vida los mártires, como los santos, como cualquier cristiano de bien, nos recuerdan que la estación final es el cielo y que hay gozo en vivir mirando a lo alto sin quedarnos en las cosas de aquí.
Y así debe ser, porque la cruz es algo muy serio, y ante ella surge la congoja y el sobrecogimiento, como ante el sacrificio de los mártires…y luego viene la alegría de la resurrección que lo inunda todo, que lo hace todo bueno, que te hace ver que mereció la pena.
Y entonces se comprende la enorme belleza que hay en morir como se vivió, prefiriendo a Cristo que la gloria humana o la propia seguridad, no amando más la vida propia sino mirando al cielo con esperanza y dulzura…y uno comprende que el martirio es una gracia a la que se abrazaría mil veces como quien se abraza a la cruz, para ser uno con Cristo en el camino del amor.
Esto es lo que se celebra este fin de semana en Tarragona, ni más ni menos. Es una historia de resurrección, completamente alejada de consideraciones terrenas. A los cristianos nos toca muy de cerca, pues como rezaba el libro “Esta es nuestra sangre” y debemos estar orgullosos de ella por más que nos duela.
Por eso es bueno celebrar serenamente y sentir el orgullo de ser miembro de esa nube de testigos de la que nos habla la palabra de Dios, descalzándonos ante la tierra sagrada que es el sacrificio ofrecido por unos mártires a quienes nos encomendamos para ser un poquito más como ellos.
El martes pasado muchos lloraron en el cine de Madrid, con lágrimas de pesar, y estoy seguro de que este domingo muchos otros, esos mismos, llorarán con lágrimas de alegría en Tarragona a ver patente en la vida de 522 mártires el milagro de Dios sacando bien del mal.