El laicismo, sí, ese viejo y agresivo conocido, regresa periódicamente, con cansina insistencia, al primer plano de la actualidad. Ahora se les ha ocurrido que la circuncisión es algo realmente perverso y que hay que acabar con esa práctica que, entre otras cosas, es signo distintivo de los judíos desde hace miles de años (sin que hasta ahora se haya podido probar que tenga efectos secundarios negativos sobre los descendientes de Abraham).
Esta nueva cruzada anticircuncisión se está dejando notar especialmente en Alemania y los países escandinavos, y no es más que una versión puesta al día de la pretensión del emperador seléucida, el helenizante Antíoco IV Epífanes, quien ordenó en su día a los judíos que dejasen de circuncidar a sus hijos bajo pena de muerte. Aquello provocó el inicio de la guerra de los Macabeos, una de las páginas más gloriosas (y dolorosas) de la historia judía.
Ahora ha sido una resolución del Consejo de Europa que condena la circuncisión como una “violación de la integridad física del niño” y advierte de los riesgos médicos y sanitarios de la misma. El argumento es bastante poco creíble, pues no existe, como ya hemos señalado, ningún estudio serio que señale implicaciones sanitarias negativas para los niños circuncidados (bueno, aunque no me parezca muy relevante, parece que la circuncisión reduce ligeramente el riesgo de contraer VIH). Es más, no es infrecuente que se realicen circuncisiones por prescripción médica.
En definitiva, y de igual modo a como pretendiera Antíoco, de lo que se trata es de perseguir un modo de vida en el que todavía tienen sentido los gestos con contenido religioso (en este caso, el recuerdo de la alianza con Yahvé). Algo que el secularismo no puede soportar pues, al contrario que los diversos piercings y tatuajes, la circuncisión, por su significado religioso, le recuerda al hombre que tiene alma, que existe Dios y que hay ámbitos, los más decisivos, en el que el poder político no pinta nada. Inadmisible.
Esto tiene toda la pinta de que no nos van a dejar en paz hasta arrancar de la faz de la Tierra el último residuo de religión. Que coincidirá con el último hombre vivo.