Si partimos de la base…, de que Dios es amor y solo amor (1Jn 4,169, para llega a Dios solo tenemos que amarle y para mejor amar al Señor y cumplir impecablemente sus mandamientos, lo ideal sería que partiendo de los Evangelios, todos siguiésemos al pie de la letra, todo lo que el Seños ordena o nos recomienda, para así seguir el camino de su imitación, porque tal cono decía San Agustín: “Toda la vida sobrenatural consiste para nosotros en convertirnos en Cristos”. Es decir, imitar a Cristo en todo es el camino más seguro y perfecto que podemos seguir en esta vida, sin temor alguno a equivocarnos.
Lógicamente el camino para realizar esto, pasa por la llamada Imitación de Cristo y así lo manifiesta San Agustín, cuando nos dice: “Si quieres imitarme, no sigas otro camino distinto del que yo he seguido”. Para Santo Tomás de Aquino: “Todo viviente animal ama a su semejante (Ecl 13,19). Dios nos ama en la medida en que encuentra su imagen en nosotros”.
Nosotros como sabemos estamos creados a imagen y semejanza del Señor: “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra y.... Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. (Gn 2,26-27). El principio básico, que hay que sacar en conclusión, es el de que si amamos tenemos que imitar, al amado. Porque la imitación es un fruto del amor. En definitiva amar es imitar. Hasta la posibilidad de la muerte queda integrada en esta perspectiva de la Imitación, porque ella ha de ser llevada hasta el final.
San Pablo teme a la muerte, pues sabe que tiene que asemejarse a Cristo, incluso en la muerte para poder llegar a la resurrección. “Así podré conocerlo a él, conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos”. (Flp 3,10). Y en ese sentido la muerte es una ganancia: morir será también poder estar con Cristo. Y así nos dice San Pablo: “Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir. Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor”. (Flp 1,21-23).
“Recordad siempre, nos decía Juan Pablo II, que Cristo es el Hombre nuevo; sólo a imitación suya pueden surgir los hombres nuevos. Él es la piedra fundamental para construir un mundo nuevo. Solamente en Él encontraremos la verdad total sobre el hombre, que le hará libre interna y externamente en una comunidad libre”. Para Jean Lafrance, todo hombre de oración está llamado un día u otro a seguir al cordero al Calvario, y con todos los Abel y Job de la tierra, orar allí con lágrimas.
Pero también, llega un momento, en la vida del hombre que no ha sido un hombre de oración y que se ha prestado a muchas veleidades, en el que el Señor, le puede donar la gracia de la conversión y este ha de olvidarse del hombre viejo, que antes era, el que formaba parte de su ser, antes de su conversión, la cual le obliga al nacimiento de un hombre nuevo. Es este hombre nuevo, el que se construirá el mismo siguiendo con amor a Cristo, pues no existe otra referencia mejor, que puede superar este ejemplo, para la búsqueda de la santidad.
Y… ¿qué hay que hacer para seguir al Señor? Si partimos de la base ya señalada y conocida, de que Dios es amor y solo amor, la respuesta es bien sencilla: Amarle. Y… ¿qué hemos de hacer para amarle? La respuesta es: Ir a la Imitación de Cristo. El amor sobrenatural al igual que el amor humano, tienen ambos una serie de características propias y una de ellas ya señalada ampliamente por San Juan de la Cruz, es la semejanza, porque el amor asemeja e iguala al amante con el amado. Desde luego, que de acuerdo con el pensamiento de San Juan de la Cruz, el amor crea semejanza, el amor asemeja y para lograr la semejanza, es necesario pasar por la imitación.
Si amamos imitamos, porque la imitación es el mayor fruto del amor. El que ama imita, porque el amor siempre semeja a los amantes, de aquí el viejo refrán que dice: Dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma opinión, lo que nos dice el refrán, es que terminan pensando igual. El que ama imita, porque amar es imitar. Si amamos imitamos, porque la imitación quizás sea el mejor fruto que da el amor. El ansia de amor, genera siempre un ansia de imitación, un ansia de integración del Amado con su amor, así en el matrimonio, nos dice el Señor: “Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió que no lo separe el hombre”. (Mt 19,5-6).
En el amor matrimonial humano, si existe verdadera imitación mutua, existe también una auténtica integración, de los dos en una sola carne y todo ello se realiza porque los cónyuges han recibido las gracias sacramentales del matrimonio canónico. La Imitación de Cristo, para que sea real, ha de ser total, aceptarla sin límite alguno, llegando hasta donde sea necesario. Imitar al Señor, es seguirle entregándose uno con todas las consecuencias que de esta entrega pueda llegar a crearse, estando siempre preparado para ofrecerle sin rechistar aceptando todos los contratiempos, dificultades y todas las calamidades que la vida nos pueda proporcionar. Hasta la posibilidad por amor a Él, de una muerte violenta, que ella queda integrada en esta entrega, que hay que hacer, si todo se acepta como fruto de nuestro amor al Señor, al que en todo nosotros queremos imitarle.
Existe pues una indudable relación de la Imitación de Cristo con el amor, la imitación está tan íntimamente unida al amor que decir: imítame, es decir ámame. Nada hay más amoroso que decir: imítame para amarme perfectamente. El amor es necesario, porque él es el medio más poderoso que existe para atraer el amor. Puesto que el Señor, nos declaró así su amor, imitémosle declarándole nosotros el nuestro. No nos es posible amarlo sin imitarlo, amarlo sin querer ser lo que Él fue, hacer lo que Él hizo o sufrir y morir torturado; no es posible amarlo y querer ser coronado de rosas cuando resulta que Él, fue coronado de espinas.
Nosotros, a medida que crecemos por amor, en la semejanza con Cristo, vamos siendo cada vez, más capaces como Él lo fue, de tomar sobre nosotros las penas del prójimo, sin autosatisfacción ni paternalismo, sino con una fortaleza que quite de hecho la carga que lleva sobre sus hombros y le ayudemos a llevarla. Escribía Carlos de Foucauld: “Deseo amarte con un amor que no se quede en palabras, sino que me arrastre a seguir tus pasos cada día, pues Tú no necesitas para nada a los que repiten “Señor, Señor” y se quedan ahí, sin avanzar más. El amor es inseparable de la imitación, cualquiera que ame, quiere imitar, la imitación es el secreto de la vida del Señor. He perdido la cabeza por este Jesús de Nazaret crucificado hace 2.000 años y me paso la vida tratando de imitarle”.
La Imitación de Cristo, ha de ser nuestra vocación. Ella ha de estar, puesta en todo momento a la cabeza de nuestra vida, en todo momento, circunstancia, y a la cabeza de toda posible elección que hayamos de escoger, en nuestro camino hacia el encuentro con el Señor. Fuera de la Imitación a Cristo, no tenemos posibilidad de alcanzar la perfección, a la que todos estamos llamados. Y si ella nos llama, tenemos que convertirnos en hijos de Dios por adopción, hemos de ser rehechos a imagen de Cristo. Para que así el Padre puede ver y amar en nosotros lo que ve y ama en Cristo.
Esta identificación con Cristo es el cauce por donde transcurre nuestra existencia. Se va realizando poco a poco a través del juego que se establece entre sus llamadas y nuestras respuestas… Las respuestas a Dios van formando nuestra historia. Al corresponder a sus requerimientos vamos identificándonos cada vez más y más con Él, con su querer y con su obrar. Vamos poco a poco vaciándonos del yo y llenándonos de Él. Pero para que este proceso se realice en nosotros, hemos de tener presente, que la imitación no puede quedar en la mera narrativa de los Evangelios, la Imitación de Cristo es algo mucho más profundo. Así Jean Lafrance nos dice que: “La verdadera identificación con Cristo es interior, es decir, se sitúa más allá de la vida moral, de la conciencia, de los sentimientos y de las facultades de conocimiento y voluntad. Es ante todo la invasión de nuestro ser por la persona de Jesús”.
Y, ¿qué se requiere por nuestra parte para que la vida de Cristo en nosotros sea una realidad operante? El teólogo dominico Garrigou Lagrange, nos responden diciéndonos, lo siguiente: “En primer lugar, conservar esta verdad presente en la memoria, decirse uno frecuentemente a sí mismo: “Cristo quiere vivir en mí, orar, amar, obrar y padecer en mí”. Si así lo hacemos depondremos espontáneamente al hombre viejo con sus deseos desordenados, bajos, ruines, para albergar en nuestro corazón los mismos deseos de Cristo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461179107
- Libro. CONVERSACIONES CON MI DEMONIO.- http://www.readontime.com/ISBN=9788461650880
- Imitación de Cristo 28-10-09
- ¿Crear o imitar? 09-07-11
- Imitar a Cristo 02-08-11
- Amar es imitar 05-09-12
- Seguir al Señor 28-01-11
- Ir en pos del Señor 25-01-13
- Seguimiento de Cristo 24-05-13
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.