Me gusta el jazz porque lo asocio con la lluvia, la lluvia con el café, el café con la charla, la charla con el jazz, que es una música que suena al primer Neruda, a boina gris y a corazón en calma. Por lo mismo me gusta leer a José Luis Restán, que utiliza con maestría una prosa mansa y luminosa, como de abedul en la tarde. De sus textos comparto el fondo y admiro la forma, esa forma de Azorín sin desengaño que te deja, cuando la lees, un poso de niño en la escuela, de ventana abierta y de pizarra.
Si de lo que se trata es de evangelizar, Restán tira del carro como pocos porque despeja el camino con la sobriedad de un segador. No en vano, escribe sobre el pan. En su limpia escritura embrida el entusiasmo, no deja que se desboque, pero se percibe, como se percibe la alegría en el silencio que sigue a la llamada. Me gusta que escriba como quien está en paz con Dios. Y me gusta que se defienda sin atacar de los que desconocen que combatir la fe es decirle al mar que se esté quieto.