La Iglesia se ha visto enormemente golpeada a causa de personas que nunca debieron estar en los puestos de responsabilidad que les asignaron. Es verdad que ninguna institución es infalible en la dimensión administrativa, ni siquiera la Iglesia, pero también es cierto que de las malas experiencias se aprende y, con ello, el sentido del presente artículo va en la línea de contribuir a una mayor conciencia al momento de evaluar perfiles y así tomar las precauciones necesarias al considerar a “x” o “y” en tal o cual cargo. Una cosa es cometer un error y otra, muy distinta, volverse aficionados a cometerlos.

La primera clave consiste en ubicar si la persona que está siendo considerada para un puesto de responsabilidad en la Iglesia pasa por los dos filtros fundamentales. ¿Cuáles son? El primero es obvio pero, dada las malas experiencias de las últimas décadas, es mejor recordarlo: que tenga fe, que viva una espiritualidad sólida y, el segundo requisito, que cuente con la preparación adecuada para la tarea que se le pretende encomendar. Si falta uno de los dos filtros es imposible que las cosas salgan bien y esto hay que subrayarlo para no dejar lugar a la ingenuidad. La segunda clave implica escuchar las voces que surgen en contra de “x” o “y” nombramiento. Es verdad que muchas veces pueden venir de la envidia o de la falsedad pero no hay que ignorarlas. Antes bien, estudiarlas y descartarlas cuando se tengan argumentos que demuestren que carecen de sentido porque en los escándalos de los últimos años surgieron diversas alarmas que fueron ignoradas y, de haber sido escuchadas y atendidas objetivamente, se habrían evitado un sinfín de sufrimientos. La tercera clave implica formar e ir acompañando. Evitar, por lo tanto, nombramientos de golpe, “por dedazo”, sino que se les vaya probando y, poco a poco, se les confíe un mayor rango de responsabilidad en el ejercicio de la misión. Una cuarta clave es, insistimos, la de evitar la ingenuidad. Una persona que demuestra poco equilibrio no va a curarse si se le aumenta de rango. Existe la idea de que ocupar a una persona con problemas es la solución y lo cierto es que no es equivalente a una terapia. La quinta clave es ubicar si la persona ha hecho un verdadero trabajo interior pues de otra manera sus heridas se volverán en contra de los demás. La sexta clave es ubicar su trayectoria para demostrar con objetividad que no tenga ningún antecedente de tipo penal. Todos somos pecadores pero una cosa es pecado y otra delito. Por supuesto que puede darse el caso de ser una persona que, antes de conocer a Jesús, viviera de modo irresponsable, pero evidentemente no nos referimos a casos de conversión sino a situaciones pendientes con la justicia; misma que excluye toda posibilidad de nombramiento y que debe enfrentar hasta el dictado de la sentencia.  

Lo anterior, no es fácil, considerando la inmensidad de miembros de la Iglesia a lo largo de los cinco continentes; sin embargo, se dispone de una estructura como lo son las nunciaturas o delegaciones apostólicas que, con la debida asesoría, puede y debe mejorar en los mecanismos de selección. Es una tarea urgente. Por otro lado, se tiene que evitar la tentación de nombrar a una persona que no cubra el perfil por el solo hecho de que no exista alguien más. En ese caso también se impone la tarea de tomarse más enserio el relevo generacional, preparando a las nuevas generaciones para asumir los espacios de los que se van jubilando. Es un tema vital, no solamente desde el punto de vista administrativo sino desde el de la evangelización que tiene un peso mayor por ser la esencia misma de la Iglesia.

La ingenuidad, la falta de acompañamiento, el carrerismo que atinadamente ha denunciado el Papa Francisco, el no tomarse enserio las cuestiones administrativas, las voces críticas y la realidad misma son las causas de los desequilibrios y situaciones que han lastimado a muchas personas al herirlas en lo profundo de su ser. Por lo tanto y, en atención al propio Evangelio, cuidar los perfiles y los nombramientos es una cuestión irrenunciable. Es cierto que la Iglesia no puede reducirse a una ONG, pero tampoco puede despojarse de su dimensión institucional, pues de otra manera el mensaje de Jesús se perdería en el camino; es decir, no contaría con los cauces necesarios para seguirlo transmitiendo de generación en generación. Muchas veces, por una falsa piedad, se ha dicho que lo administrativo no importa, que sobra hablar de organigramas, pero la dolorosa experiencia de los abusos demuestra que cuidar dichos elementos es también una prioridad que la fe impone. Actualmente toca formar nuevos perfiles, hombres y mujeres de oración que, al mismo tiempo, estudien, se preparen y caminen con la experiencia que se va requiriendo. Es cierto que se puede aprender lo que no se sabe pero siempre partiendo de que la persona esté abierta a la fe, al hecho de hacer camino y que sus motivaciones de pertenencia a la Iglesia sean sanas y no como un refugio o salida económica. Se trata, por lo tanto, de ir formando a través de las parroquias, grupos, colegios y universidades una nueva generación de líderes coherentes.

Al nombrar toca cuidar el rumbo de la Iglesia. Estar atentos ante perfiles criminales que, aprovechándose de los recovecos de una institución mundial, se filtran y hacen daño. Sin duda, Dios cuida de su Iglesia pero es una responsabilidad de los que designan realizar su trabajo con el mayor cuidado posible. No se trata de caer en un perfeccionismo inhumano sino de mantener los mínimos indispensables para que se cuente con hombres y mujeres de bien y en constante mejora al frente de los espacios e instituciones de la Iglesia.