Hace poco, me pasó algo muy interesante. Por iniciativa de una amiga, se organizó una reunión en su casa. Como no éramos muchos, nos acomodamos en la mesa del desayunador. Después de hablar sobre mil cosas distintas –mientras comíamos toda clase de botanas- surgió el tema de la fe. De pronto, me encontré sentado junto a una principiante católica, un gay y una agnóstica. Esta última, lanzó un ataque frontal: “yo no creo en la Iglesia porque es puro negocio”. Reconozco que estuve a punto de responderle con cara de pocos amigos; sin embargo, cuando iba a hacerlo, me acordé del Papa Francisco, quien nos ha pedido que sepamos dialogar con los que piensan diferente sin caer en provocaciones. Por esta razón, decidí dejar a un lado los prejuicios y dar mi punto de vista, explicándole que los juicios para declarar la nulidad matrimonial –pues a ellos se estaba refiriendo- tenían un procedimiento muy completo, capaz de ser envidiado por cualquier tribunal civil. Después, la compañera católica, le contó que estaba dando los primeros pasos, porque –hasta hace poco- pensaba como ella. La actitud del gay fue digna de un aplauso, pues –en lugar de unirse a la oleada de críticas poco fundamentadas- pidió calmar los ánimos. Al final, nos entendimos y tan amigos como siempre.  

De la anécdota, he querido subrayar tres aprendizajes concretos:

1.    Hablando se entiende la gente: Al igual que Santo Domingo de Guzmán- quien dialogaba mientras andaba por los caminos con aquellos que tenían una idea equivocada sobre la fe de la Iglesia- nos toca escuchar a los que no están de acuerdo con nosotros y, desde ahí, buscar los elementos que nos unen. Si se trata de un gay o de una agnóstica, ¡da igual! Todos somos seres humanos. La buena voluntad puede darse independientemente de las convicciones personales. Dialogar no es olvidarse de los valores innegociables del Evangelio o guardárselos en el bolsillo, sino saber identificar los puntos de encuentro.

2.     La fe sigue atrayendo: Aunque a veces nos cueste creerlo, el cristianismo continúa siendo un tema interesante y atractivo para las nuevas generaciones. Jesús no deja indiferente a nadie, ni siquiera a los que lo rechazan abiertamente.

3.  Respeto hacia los homosexuales: El que tengamos claro que el matrimonio es la unión entre un sólo hombre y una sola mujer, no significa que debamos voltearle la cara a los gays o, en su caso, negarles el saludo. Al contrario, nos toca incluir. Es decir, aplicar lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la importancia de acogerlos con respeto (cf. No. 2358[1]).   

Haber estado en una sobremesa diversa, me ayudó a recordar que Jesús se mantuvo en la zona “cero”, en el centro de las discusiones y que –lejos de enojarse o evadir las cosas- supo encararlas desde el coraje y la compasión. No estoy a favor del relativismo, ni en pro de la exclusión. De hecho, me gustaría –algún día- hacer mías las palabras de Fr. Yves Congar (19041995): “he amado a la verdad como se ama a una persona”.

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[1] 2358: Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.