Ya en el paradero lo había visto conversando con una señora que le decía que el Papa actual está mejor que Benedicto XVI. ¿Cuántas veces le habrán dicho esto? – me pregunté. El buen cura responde amablemente y sin gestos de fastidio, y eso que llueve desaforadamente. Llegado nuestro autobús se despiden como viejos amigos. ¿Qué le habrá dicho?
Aunque el autobús no está lleno, el buen cura no se sienta. Yo sí. Lo miro. Bordea los cuarenta, ni alto ni bajo ni gordo ni flaco, tiene un andar bobo y va vestido de cura. Me mira. Lo dejo de mirar. Me incomodo. El autobús emprende marcha. Su rostro es sereno, casi casi propenso a la sonrisa, diría; lo ojos son fáciles de encontrar porque no anda ensimismado (por ello ahora lo miro sólo de reojo). Tampoco se sumerge en un celular ni en breviario alguno. Resumo su presencia con una palabra: disponibilidad. Empiezo a desgranar mi rosario.
Un turista americano y su familia le preguntan al buen cura en qué paradero deben bajar para llegar a Piazza Venezia. ¡Obvio! ¿A quién más le podían pedir información si todo el resto del autobús tiene cara de puñete? (¿Me debo incluir?) El sacerdote hace ademán de saber que el paradero está cerca pero duda. Voltea y me lo pregunta a mí. “En la próximo parada” – le respondo a contrapié. El cura agradece y en un italiano masticado me dice: "Son cosas que ya debería saber". Sonreimos. Me doy cuenta que es un buen cura americano.
La conversación entre connacionales se prolonga por el lapso de pocos minutos y termina en despedida con besos y abrazos. Este cura me está llamando la atención; pero no sólo a mí, hay una familia de alemanes que no deja de mirarlo. ¡y el tipo no es guapo ni esbelto! Es sólo un buen cura. Inicia un nuevo dialogo con los alemanes, esta vez la temática parece religiosa. El cura explica. Yo no lo miro. Miro a la familia. ¡Están felices escuchando! En el grupo hay dos jóvenes de 15 años que no le quitan la mirada de encima. Me viene a la mente el pensamiento que tal vez esa sencilla situación pueda contribuir a la vocación sacerdotal de uno de ellos. Sólo Dios lo sabe.
Los alemanes se bajan conmigo y todos saludamos al buen cura a través de la ventana. Él me mira un poco sorprendido por la efusividad de mi saludo pero si fuese menos tímido lo hubiera abrazado. En 15 minutos ese cura no sólo hizo apostolado a medio autobús sino que también me renovó en mi vocación a la vida consagrada y a través de este post tal vez toque el corazón de muchas personas más. ¿Se imaginará todo el bien que hizo en ese cuarto de hora? ¿Será consciente del potencial que tienen 24 horas en su vida? ¡Qué lindo y qué imponente pensar en un ejército de buenos curas andando por ahí!... en los autobuses y metros de la existencia humana.
Me olvidé de mencionarlo, antes de bajar del autobús le tomé una mala foto y publiqué un Tweet (miren la expresión de la niña) Aquí van: