Está claro que el pasaje de la multiplicación del pan y los peces para repartirlos a la muchedumbre recostada en la pradera no alude a la primera barbacoa documentada, pero limitarlo al ámbito del milagro sería quedarse corto porque Jesús, al actuar desde la compasión, da también una lección de caridad. Que es lo que echa de menos en la decisión del Ayuntamiento de Benidorm de expulsar a los mendigos de la ciudad para que la especie invasora, la pobreza, no altere el rico ecosistema del paisaje urbano.

En concreto, esta medida municipal nace de la premisa fascista de que la corbata es superior al harapo, según la cual, en términos evolutivos, un hombre con traje de marca es un depredador, un tiburón de las finanzas, mientras que un descamisado, es, por su incapacidad para salir de su situación, la pescadilla que se muerde la cola. O sea, un despojo abocado a la mendicidad, al que, si la ejerce, el consistorio levantino prevé sancionar con hasta 750 euros, dinero que previsiblemente tendrán los mendicantes debajo de la baldosa de casa por aquello de que, hoy por hoy, son más seguros los movimientos tectónicos que las fluctuaciones del Ibex.