Nunca he tenido ningún inconveniente en hacer una crítica en función del bien común, especialmente en defensa de la Iglesia, sobre todo, cuando he visto que podía aportar algo en función de la verdad, tanto cuando las deficiencias venían desde fuera como desde dentro de la misma. La verdad es una; no vale aquello de mi verdad y tu verdad. Y en el caso de la enseñanza magisterial de la Iglesia, uno ha de aceptar esta enseñanza si quiere ser consecuente con su fe; fe que se pierde tanto cuando uno niega toda la enseñanza de la Iglesia, como cuando no acepta una sola enseñanza magisterial.

La cuestión que voy a tratar es la de la monja Forcades, benedictina; es inteligente, se la ve con una gran actividad por todas partes, presenta muy bien los temas pero por lo que he leído, veo que en muchas cosas que dice no está en línea con el sentir ni con las enseñanzas de la Iglesia.

En la Iglesia hay espacios de libre opinión en los que uno puede pensar como quiera; incluso siempre ha habido diferentes maneras de pensar en cuestiones teológicas importantes; recordemos la manera distinta de pensar sobre la concepción inmaculada de la Virgen; escuelas tomistas y escotistas, con grandes teólogos, Santo Tomás y Escoto, pensaban y enseñaban cosas contrarias. Pero, a partir de la definición del dogma de la Inmaculada, cambió la situación ya que quien negase lo definido por el Papa, se situaba fuera de la fe de la Iglesia.

¿Es que la enseñanza de la Iglesia hay que admitirla porque sí? No es que haya que admitirla porque sí, sino porque tiene la prerrogativa de la infalibilidad en materia de fe y costumbres; lo cual significa que no puede errar cuando enseña la fe a todos sus miembros, de manera que si alguien no acepta su enseñanza, se separa de la Iglesia. Normalmente han sido los Concilios Ecuménicos los que, siempre con la aprobación del Papa, han ido formulando la fe de la Iglesia, sobre todo, cuando ha habido desviaciones en cuestiones de fe o de moral a través de la Historia.

Por otra parte, vale la pena recordar que el Papa goza de la misma infalibilidad que tiene la Iglesia, es decir, que él solo, sin el Concilio, tiene la misma infalibilidad que tiene el Concilio y que tiene la Iglesia.

El Concilio Vaticano I definió la infalibilidad del Papa en estos términos: “Enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que: El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables”. (Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Pastor Aeternus Cap. 4).

Estas enseñanzas son definitivas, sin marcha atrás. Ni el mismo Papa, ni otro que le suceda pueden cambiarlo. Esto no es lo mismo que si la liturgia se celebra en latín o en las lenguas vernáculas, o si los sacerdotes y consagrados vamos de hábito o de paisano, o si el celibato debe ser o no obligatorio, o si ayunamos o no y cosas por el estilo, porque estas cuestiones no son dogmáticas sino disciplinares y, aunque también deban obedecerse, la disciplina pueda cambiar en distintas circunstancias.

Las cuestiones de fe no son normas disciplinares; y cualquiera que no admita la enseñanza de la Iglesia en cuestiones de fe, se sitúa fuera de la Iglesia; tan fuera de la Iglesia como quien negase la Inmaculada Concepción de la Virgen, o el misterio de la Trinidad, o que Jesucristo es Dios.

He querido hacer esta observación antes de tratar sobre las actitudes de la monja Forcades porque hay dos puntos sobre los cuales quiero hacer algún comentario, ya que ha dicho algo que no veo compatible con lo que ha enseñado el Papa con la misma autoridad y validez que si lo hubiese enseñado un Concilio. Se trata de lo que ha dicho sobre el aborto y sobre el sacerdocio femenino.

(Continuará)

José Gea