(by Susana Reguero y Andrés Martínez)
Mirad que tenéis hermanos necesitados, y quien no los tiene por hermanos, no tenga a Dios por Padre, del cual se dice: Padre Nuestro (San Juan de Ávila)
Fue una mujer inmensamente rica. Nieta única y heredera del multimillonario Frank Winfield Woolworth, un magnate de New York, dilapidó su fortuna derrochando cuanto tenía, como si el dinero creciera de los árboles, en siete matrimonio, unos cuantos amantes, casas, viajes, joyas y un largo etcetera.
Murió sola, en un hospital, arruinada y con problemas de alcohol. A su entierro sólo asistieron unas pocas personas. Según uno de sus biógrafos, ella aseguraba: “nadie me amará nunca. Sólo por mi dinero, pero no por mí misma. Estoy condenada a la soledad”
La vida de Barbara Hutton se podría resumir con la famosa expresión Carpe diem! Manido tópico que, se supone, anima a vivir la vida.
Hemos aprendido frases, hasta en latín, para justificar hacer lo que nos viene en gana.
El poema completo de Horacio nadie lo lee. En realidad tampoco nadie sabe ni de quién es. No interesa.
Interesa lo que convenga a mis intereses.
También así lo hacía en la misma línea aquélla canción rumbera: ¡Que me quiten lo bailao!
Que en realidad viene a ser lo mismo, se piensa.
Bueno, quizá queda más ‘cool’ en latín
Queremos vivir y exprimir la vida como un limón, pero pocas veces uno se para a medir las consecuencias. Lo peor, creen algunos, es pararse a pensar, porque si piensas estas perdido. Sólo ¡vive el momento! Y no te preocupes de nada más. Así lo hizo Epulón y mira como acabo. No se le ocurrió pararse a pensar que vivir intensamente supone, en primer lugar, la aceptación de la voluntad de Dios; y después ‘cada día su afán’.
Vivir cada día con lo que va tocando, sin saltarse nada y sin atajos tramposos.
Vivir como algo con movimiento propio, permanente, me recuerda aquél proverbio africano que decía algo así “Todas las mañanas cuando el sol aparece, la gacela despierta y empieza a correr porque de no hacerlo, será la presa de un león y perderá la vida. También todas las mañanas, cuando el sol aparece, el león despierta y sale corriendo a cazar una gacela porque de no hacerlo así, morirá de hambre.
Así que, ya seas león o gacela, procura que el amanecer te encuentre corriendo...”
¡Corre!, ¡vive!, para ganar la vida, “la vida eterna a la que fuiste llamado” dice S. Pablo.
Bienaventurada es, pues aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar la riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo[1]