El problema nunca ha sido el “Novus Ordo Missae”, sino la falta de interés en celebrarlo debidamente, llegando al grado de utilizar algunas pistas de música secular adaptadas a la letra de los cantos religiosos. Hoy nos escandaliza escuchar el “Veni Creator Spiritus”, mientras que los guitarrazos –especialmente, a la hora de la consagración- nos parecen de lo más normal. Esto sí que aleja a los jóvenes. Algunos adultos dicen: “la liturgia oficial es muy deprimente para la juventud”, pero ¿acaso ver salir al sacerdote con una sotana mal puesta y un monitor que habla todo el tiempo no lo es? El contrargumento ya lo conocemos: “les importa más la forma que el fondo”; sin embargo, sabemos que no es cierto. De hecho, el objetivo de cuidar las celebraciones litúrgicas es precisamente favorecer un clima apropiado para que Jesús sea el protagonista. Aunque Dios está en todas partes, es más fácil dejarse interpelar por el Evangelio cuando –además de la palabra- interviene el lenguaje de los símbolos, que captarlo al son de los tambores.
Otra cuestión que hay que atender son las liturgias temáticas. El que la celebración de una Misa sea cerca de la costa, no significa que haya que poner un timón de fondo en el altar. Las celebraciones litúrgicas son universales y, por ende, el tema central es el Evangelio. Las personas necesitan hacer un alto en el camino, escuchar la voz de Dios en medio del silencio. Por esta razón, la liturgia es un medio importante con el que cuenta la Iglesia. Enojarse por seguir un rito establecido, es tan ilógico como que un médico se moleste por tener que usar la bata dentro del hospital.
Para alcanzar el objetivo de la necesaria reforma litúrgica, se requiere la mutua cooperación entre la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y las Conferencias Episcopales de cada país. La idea nunca será provocar nuevas rupturas, sino recuperar lo dicho y expuesto por el Concilio Vaticano II sobre el tema que ha dado lugar al ensayo.
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