Antonina Palacios, "Nina", acaba de salir sola a la calle. Su hazaña, que ella me ha autorizado a contarla con su verdadero nombre, es comparable a la de Neil Armstrong, el primer astronauta que pisó la Luna, o a la de los mejores medallistas de los Juegos Olímpicos. El lector enseguida entenderá por qué.
 
Con veintiséis años, Nina lleva sufriendo más de dos los ataques del demonio. Cierto día sintió de repente unos fuertes mareos que la obligaron a guardar cama; le faltaba el aire para respirar y cada vez que trataba de ingerir algún alimento era como si se ahogara, incapaz de tragarlo. Por si fuera poco, le dolía todo el cuerpo, como si le hubiesen propinado una tremenda paliza. Extenuada, no tuvo más remedio que dejar de trabajar.

Comenzó entonces el trasiego de médicos. Todos y cada uno de los que visitó coincidieron en que no le pasaba nada: los análisis y las radiografías así lo corroboraban. Nina empezó a desesperarse, porque cada día se sentía peor; hasta que llegó un momento en que no pudo ya salir de su casa. Tenía pánico a desplomarse en la acera a causa de los fuertes vértigos. Intentó al principio salir a la calle acompañada de sus padres, pero pronto se vio obligada a renunciar también.
 
Convencida de que la causa de su permanente malestar carecía de lógica, cayó providencialmente en sus manos mi libro Así se vence al demonio. Un día recibí un correo electrónico de ella, pidiéndome auxilio para que le pusiera en contacto con el padre Salvador, exorcista de la diócesis de Cartagena. Quedamos los tres y, mientras él repasaba la vida de ella, salió a relucir por fin la probable causa de su desgracia: un compañero de trabajo le aseguró que su jefe era una mala persona que disfrutaba haciendo vudú a la gente.
 
El padre Salvador la exorcizó y Nina sintió una mejoría. “Bebe un poco de agua exorcizada cada día”, le indicó. Ella obedeció y… ¡por fin sale sola a la calle!
 
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