El orden familiar
Muchas familias están desorientadas y sufriendo a causa de sus limitaciones en el momento de organizarse y alcanzar sus fines. La causa, en bastantes ocasiones, es el desorden del hogar, la gestión material y, sobretodo, humana de la vida familiar. Existen muchas familias donde no hay previsión y (salvo algunas rutinas muy básicas: guisar, lavar, etc.,) todo va manga por hombro. No hay notas de experiencias y se repiten muchos errores. Este tema no es una ocurrencia. Es un tema muy estudiado pues cuando una familia se vuelve muy entrópica (desordenada) y carece de intención, de propósito, etc., los males de este desaguisado repercuten en muchos planos: más estrés, más tensiones, peores relaciones, menos descanso y por ende bajo rendimiento en el trabajo y en la escuela. Y hay investigaciones que hablan de peor bienestar y salud para los miembros de dichas familias. El orden cuida y cura. El desorden desmoraliza, deprime y crea tensiones.
Familias con intención y objetivos.
Richard Doherty escribió en 1997 un libro que no se ha traducido y que se denomina The Intentional Family: Simple Rituals to Strengthen Family Ties. El título lo dice todo: sencillos rituales para fortalecer los lazos familiares, para construir familias estables y sólidas. En el mundo anglosajón se habla de strong families, pero en castellano suena mejor familias estables y sólidas. Doherty en su estudio señala que el orden familiar, la gestión del hogar y lo que se denomina rutinas y tradiciones son temas capitales. Y en este sentido destaca que hay familias cohesivas y, en el otro polo, familias desunidas (o disgregadas). Doherty es un profesor que se dedica a la terapia familiar, a ayudar a las parejas a durar y que, en esta ocasión, se fija en el entorno, en el día a día, de una familia que no funciona en un grado extremo estudiando, comparativamente, las familias que sí funcionan. Y compone una estructura de oposiciones: y se pregunta qué hacen unas familias (intencionales) y qué no hacen las otras (disgregadas). De este modo constata que las familias que cumplen su misión con un fin claro y con la determinación de alcanzarlo son las más florecientes humana y materialmente.
Desorden y conflictos
Por ejemplo, el conflicto marital (o de pareja) puede estar relacionado, de alguna manera, con la desorganización familiar que es una fuente de reproches mutuos. Más ejemplos: ser desordenado en los horarios de comidas, de tal forma que cada uno come por su cuenta, separa a los miembros de la familia y genera desavenencias y desperdicia un tiempo muy valioso para convertirse en una familia cohesiva, intencional y ordenada. Las aportaciones que generan estos tiempos familiares compartidos (en esta línea un tema de investigación en el mundo anglosajón es el valor de las comidas familiares: mealtimes) son innumerables. Segundo ejemplo: el estudio de los hijos depende mucho del orden y el silencio. De contar con un lugar recogido o cuando menos de un espacio con sigilo suficiente. Ahí puede empezar o acabar el éxito escolar. El éxito/fracaso escolar de los hijos no es un tema baladí para la paz y el bienestar familiar: puede crear malestar y bienestar. Últimos ejemplos: el ruido, el desorden y apelotonamiento de las cosas, los alborotos, la impuntualidad, discusiones constantes, ausencia de límites en el comportamiento de los hijos (o carencia de responsabilidad por parte de los padres). Todas estas características hacen del hogar un lugar impredecible.
Entropía familiar u orden familiar: la conversación familiar
La entropía familiar es un término novedoso que se toma prestado de la termodinámica ( a más entropía, más desorden) para capturar la organización/desorganización en el entorno del hogar familiar. Estamos hablando de familias que si no alimentan una básica y necesaria organización en funcione de fines claros pueden, progresivamente, como deslizándose por un plano inclinado, acabar en el desorden que les va a impedir cumplir sus funciones. En este sentido el orden familiar requiere de una conversación familiar constante que ponga en el punto de mira no solo la comunicación básica para sobrevivir sino también para organizar, ordenar, y secuenciar pactos, acuerdos, normas, rutinas capaces de generar un clima predecible en aras al bienestar familiar. Una casa, un hogar se desliza hacia el desorden cuando nos son posibles las palabras en pos de acuerdos, donde la precipitación impone un cierto desconcierto comunicativo que puede acabar generando, quizá el aislamiento familiar o quizá la tensión constante. Ahí aparece un tema que solo queda apuntado: muchos ordenadores, muchas televisiones, muchos smartphones, dan lugar a un evidente desconcierto comunicativo. Por ejemplo, el exceso de pantallas puede suponer aislamiento, tiempo desperdiciado que anda en contra de las tareas familiares, de los encuentros conversacionales, del estudio, de la lectura, del descanso, de la actividad física y la calidad del sueño. Más aún: este desperdicio del tiempo puede acabar con la desaparición de las celebraciones, de los rituales, o de rutinas como las sobremesas.
Más allá de la dicotomía entre familias caóticas y familias intencionales
En los estudios anglosajones establecen una previsible correlación entre familias de estratos humildes, de pocos estudios y situadas en barrios conflictivos con las familias caóticas (entrópicas). En otro plano opuesto, establecen la correlación entre familias económicamente holgadas, con amplios estudios y situadas en barrios prósperos y con recursos (por ejemplo, bibliotecas) con las familias intencionales (con propósito). Leamos con atención el texto del párrafo siguiente que es científicamente contrastable en muchos casos, que nos sirve de resumen y conclusión pero que nos parece incompleto pues muchas familias necesitadas prosperan con orden y acuerdos y muchas familias muy ricas son muy desordenadas y conflictivas:
“La pobreza es perjudicial para el bienestar físico, socioemocional y cognitivo de los niños, niñas, jóvenes y sus familias. Una poderosa explicación para esta relación es la exposición a riesgos socio-ambientales que se superponen unos sobre otros de un modo acumulativo. En comparación con los niños de ingresos medios y altos, los niños de bajos ingresos están desproporcionadamente expuestos a condiciones ambientales físicas y sociales más adversas. Sufren mayor agitación familiar, violencia y separaciones de sus padres. Sus padres son menos receptivos y rudos en el trato, y viven en hogares más caóticos, con menos rutinas, menos estructura y mayor inestabilidad. Los niños pobres tienen cada vez menos redes de apoyo social que los niños de familias más ricas, viven en barrios que tienen un capital social más bajo y, como adolescentes, es más probable que confíen más en sus compañeros que en los adultos. Los niños de bajos ingresos tienen menos oportunidades de enriquecimiento cognitivo tanto en el hogar como en sus vecindarios. Leen menos, tienen menos libros en casa, son usuarios poco frecuentes de la biblioteca y pasan mucho más tiempo viendo televisión que los niños de familias de ingresos medios y altos. Los niños pobres viven en entornos más contaminados e insalubres”.
Este es un planteamiento creíblemente científicamente pero que se deja por el camino que hay muchas familias con muchos recursos económicos que son muy caóticas y desordenadas y, a su vez, muchas familias con pocos recursos económicos que presentan un orden muy razonable. En los Estados Unidos, que es de donde procede este estudio, está claro es que los barrios están muy segregados: barrios muy marginales por un lado y barrios muy acomodados por otro. En España esta segregación y polarización de barrios es menor. Bajo nuestro modo de ver, muy a menudo, no es tanto un tema de pobreza/riqueza sino un tema de cultura/incultura. Y por cultura no entendemos erudición, extensos conocimientos, altos estudios (que nunca sobran) sino una mezcla de sentido común, determinación, orden y, sobre todo, abundancia de conversación, de palabras compartidas, de acuerdos, de rutinas y rituales adecuados en un clima positivo, optimista y activo. En una palabra, familias con proyecto, con metas, con objetivos: que se escuchan y se alinean con la escuela, y avanzan cumpliendo sus funciones. Ahí los ingresos no son tan determinantes. Un ejemplo real: algunas de estas familias necesitadas visitan la biblioteca pública cada dos semanas. Es por tanto un tema de formación. Estamos hablando de las familias que son capaces de mejorar formándose –por diversos canales- y de ese modo alcanzar metas de orden y estabilidad. Si nos ceñimos al rendimiento académico de los hijos las familias intencionales facilitan el éxito escolar.