Han sido bastante comentadas unas palabras del recién nombrado Secretario de Estado del Papa. En una entrevista dijo que el celibato no es un dogma. A propósito de esa frase, los que están insistiendo constantemente en que el celibato debe ser opcional, siguen en sus trece sobre que la Iglesia no debiera vincular sacerdocio y celibato, porque hay quien tiene vocación al sacerdocio y no al celibato, y la Iglesia no debiera obligar al celibato a quienes no tienen vocación de célibes. De ahí que os ofrezca unas palabras sobre el particular. Si fuese un dogma, deberían ser también célibes los sacerdotes de las iglesias católicas orientales. Y para ellos, el celibato es voluntario.

Empiezo mi reflexión con dos frases; la primera, lo que le dijo un "indiecito peruano" a un misionero que se iba quejando porque le necesitaban urgentemente en una aldea alejada de su parroquia de misión y a altas horas de la madrugada, y después de un agotador día de misión, iba refunfuñando por dicha tarea extra; y el indiecito, con toda sencillez y sabiduría le espetó: "entonces padrecito ¿para qué te hiciste sacerdote? Y la segunda, algo que repetía con frecuencia D. José Mª García Lahiguera, antiguo Arzobispo de Valencia. Decía que el sacerdote debe ser siempre sacerdote y sólo sacerdote.

Hay quienes piensan que el celibato lo impone la Iglesia a quien tiene vocación sacerdotal. Es lógico que si se plantean el celibato como una obligación impuesta por la Iglesia a quienes tienen vocación al sacerdocio pero no al celibato, haya quien la acuse de autoritarismo, de intransigencia, de falta de respeto a la libertad de los sacerdotes...

Pero si se entiende el celibato, no como una vocación, sino como la renuncia a todo lo que pueda limitar la acción sacerdotal, es claro que el matrimonio, con ser un sacramento, limitaría la dedicación plena del sacerdote a la evangelización abierta a todo el mundo. No se trata de celibato sí o no. El problema está en si el llamado al sacerdocio está dispuesto a ejercer el sacerdocio al estilo de Jesús pues es su mismo sacerdocio el que nos ha encomendado. Éste es el problema.

Por la vocación sacerdotal Jesús llama a los que quiere, no para el celibato, sino para continuar su sacerdocio. Lógicamente, como en toda imitación de Jesús, los llamados deben tender a vivir su sacerdocio con la mayor perfección posible, como deben vivirse todas las virtudes, es decir, imitando la manera de vivirlas Jesús. En otras palabras, Jesús envía al sacerdote para que ejerza su mismo sacerdocio con la misma intensidad con que Él lo vivió. Es aquí donde el celibato encuentra su razón de ser. Lo que pasa es que, normalmente, tenemos la tendencia a suavizar las exigencias tanto del sacerdocio como de la misma vida cristiana. Sin radicalidad.

La actitud de la Iglesia al conceder el sacerdocio sólo a quienes hayan hecho opción por el celibato, es lógica; quiere que los sacerdotes se entreguen de lleno a su tarea sacerdotal. Esto no es obligar al celibato; eso es querer que el sacerdocio que confiere pueda tener su máxima expresión. La Iglesia confiere el sacerdocio y los demás sacramentos para que sean vividos en plenitud. En otras palabras, la iglesia quiere que el sacerdote no tenga otras ocupaciones ni otros deberes que le impidan dedicarse en exclusiva al ejercicio de su sacerdocio. Y en cuanto a los orientales católicos, estoy convencido de que más bien pronto que tarde, llegará el momento en que también los orientales opten por el celibato sacerdotal.

Y por otra parte, vale recordar que en la Iglesia Católica Oriental, los casados pueden ser ordenados sacerdotes, pero los ordenados como sacerdotes no pueden casarse, si enviudan. Late en el fondo la misma idea: El sacerdote debe entregarse en exclusiva a Jesús. Si es llamado cuando célibe, ha de seguir siempre célibe; si es llamado cuando ya está casado, se entrega al ministerio atendiendo a sus compromisos matrimoniales contraídos previamente. Y esto, porque al enviudar, no puede reducir su sacerdocio con un compromiso posterior que implique una disminución de su actividad pastoral.

La cuestión queda reducida a plantearse si el aspirante al sacerdocio está dispuesto a vivirlo abierto totalmente al servicio evangelizador, o si aspira a un sacerdocio a su medida. Y el sacerdocio no lo ofrece la Iglesia a la carta.

Pienso que pocas veces se habla de nuestro compromiso con Jesús y de la alegría de vivirlo en plenitud. Un celibato “no digerido” no dice absolutamente nada a nadie; ni siquiera a uno mismo. Y si no lo vivimos con toda seriedad, ¿para qué vivirlo? ¿para qué ser sacerdote?

El punto clave al hablar del celibato no es si ha de ser obligatorio u opcional. El celibato consiste, sencillamente, en aceptar las exigencias del sacerdocio ya que hay que vivirlo al estilo de Jesús, por lo que no puede haber, de entrada, sacerdotes de primera y de segunda, los dedicados en exclusiva y los dedicados a media jornada.

Vocación al celibato en sí, no la hay en el caso del sacerdocio; el celibato supone una liberación de todo lo que pueda impedir estar totalmente libres para el ejercicio del sacerdocio. No consiste en renuncias al matrimonio, sino a renunciar incluso al matrimonio. En dicho incluso se incluye que debemos renunciar a todo lo que no sea un medio de tener una dedicación en exclusiva al sacerdocio. Todo lo que sea buscar riquezas, comodidades, diversiones, negocios, ascensos o trepas como se dice ahora, debemos excluirlo de nuestra vida sacerdotal.

Y me podría alguien preguntar: Pero comprenda, Monseñor, como me decía un amigo, que debe resultar muy duro no tener relaciones sexuales tanto heterosexuales como homosexuales sin sentirse llamados al celibato. No olvides, le decía, que también hay situaciones nada fáciles para los jóvenes antes de contraer matrimonio, o para un casado que se siente atraído por otra persona distinta de su mujer, o para un cónyuge que ha sido abandonado, o para cualquiera de los dos cuando uno de ellos está mucho tiempo enfermo; lo mismo cabe decir de una persona que no ha podido casarse a pesar de haberlo deseado... Tampoco ellos tienen vocación de célibes y han de sufrir la dureza de la prueba de la abstinencia sexual. Una cosa es decir que la moral cristiana es muy exigente, y otra, pretender que cambie cuando a uno le cuesta cumplir con ella. Aquello de que “el que pierda la vida por mí la encontrará” fue válido antes, lo es ahora, y lo será siempre.

José Gea