Celebramos hoy 23 de septiembre, una mártir cristiana con una tradición en la Iglesia que es tan grande y antigua como sin embargo, desconocida, por lo que la pregunta que nos formulamos hoy es precisamente ésta: ¿quién fue Santa Tecla?
Estando Pablo en Iconio durante el que podemos denominar como su primer viaje, tiene lugar un evento que aunque ajeno a los libros canónicos, goza de una cierta tradición por lo que a Pablo se refiere: se trata del conocimiento que entabla el apóstol de los gentiles con una jovencita de nombre Tecla a la que convierte. El tema es motivo del texto apócrifo conocido como “Hechos de Pablo y Tecla”, texto que aunque forma parte del también apócrifo libro de los “Hechos de Pablo”, parece tener vida propia, presentándose a menudo como un libro diferenciado. Dice el apócrifo en cuestión:
“Mientras Pablo hablaba así en medio de la asamblea reunida en casa de Onesíforo [Onesíforo es quien aloja a Pablo en su casa cuando éste se halla en Iconio], una cierta Tecla, cuya madre se llamaba Teoclía, virgen y prometida a un varón por nombre Támiris, estaba sentada muy cerca de la ventana de la casa, y escuchaba noche y día el discurso de Pablo sobre la pureza, la fe en Cristo y la oración. No se movía de la ventana sino que llena de alegría, se sintió arrastrada a la fe.” (PabTec. 7).
Teoclía, la madre de Tecla, llama entonces a Támiris, el prometido de su hija, para que hable con ella. Al fracasar en su intento de disuadir a la muchacha de escuchar al extranjero, Támiris entra en contacto con dos hombres que acompañan a Pablo, Dimas y Hermógenes, los cuales, aunque se presentan como sus discípulos, son dos hipócritas que le detestan. Cuando Támiris les pregunta sobre Pablo, éstos le responden:
“No sabemos quién es ése. Pero priva a los jóvenes de las mujeres y a las muchachas de sus maridos diciéndoles: “No habrá para vosotros resurrección si no permanecéis castos, sin manchar vuestra carne, sino conservándola pura.”” (PabTec. 12).
Támiris, acompañado de una muchedumbre armada con palos, secuestra a Pablo y lo lleva ante el gobernador Cestilio, que lo manda encarcelar. Tecla entonces, soborna al vigilante de la cárcel regalándole su brazalete, con la sola finalidad de entrar donde Pablo y seguir escuchándole.
Llevados Pablo y Tecla nuevamente ante el gobernador, éste manda flagelar a Pablo. En cuanto a Tecla, ocurre lo más inesperado. Su propia madre Teoclía, conmina al gobernador:
“Quema a esta impía, quema a esta enemiga del matrimonio en medio del teatro, para que se atemoricen todas las mujeres que reciben de este hombre enseñanza” (PabTec. 20).
El gobernador accede a los deseos de la madre, ocurriendo entonces lo siguiente:
“Los jóvenes y las muchachas trajeron leña y paja para quemar a Tecla. Cuando la trajeron desnuda, el gobernador [que a pesar de las condenas que había impuesto exhibe cierto aprecio hacia Pablo] prorrumpió en lágrimas y quedó admirado de la fortaleza que había en ella. Esparcieron la leña y los verdugos le ordenaron subir a la pira. Tecla, haciendo el signo de la cruz, se subió sobre la leña y ellos le prendieron fuego. Y aunque refulgía una enorme llama, el fuego no la tocaba [...] y se salvaba Tecla” (PabTec. 22).
Lo primero que hace Tecla una vez que de tan milagrosa manera salva la vida, es buscar a Pablo, encontrándole en el camino de Iconio a Dafne. Pablo entonces decide llevársela a Antioquía. Aunque el relato nada dice al respecto, parece tratarse de Antioquía de Pisidia, más cercana a Iconio que la otra Antioquía. Allí llegados, el magistrado Alejandro se enamora de Tecla y al intentar forzarla, Tecla le “desgarró la clámide [y] le arrancó la corona” (PabTec. 26). El humillado magistrado lleva el caso al gobernador, que condena a la joven a las fieras. La única gracia que le concede es que muera virgen, y que hasta el momento de su martirio, pase lo que le resta de vida en casa de una mujer principal, Trifena, que por haber perdido a la suya propia, de nombre Falconila, acoge a Tecla como si de una hija se tratara. Ocurre entonces el siguiente prodigio:
“Tecla fue arrancada de las manos de Trifena [que la había acompañado hasta el circo]. La desnudaron, le pusieron un ceñidor, la lanzaron al estadio, y soltaron contra ella leones y osos. Una terrible leona corrió hacia ella y se acurrucó a sus pies [...] Pero una osa se lanzó contra Tecla, mas la leona rápidamente le salió al encuentro y la desgarró. De nuevo un león adiestrado para atacar a los hombres y que pertenecía a Alejandro, corrió contra ella. Pero la leona se enzarzó con él y ambos perecieron. [...]
Lanzaron entonces a muchas fieras, mientras ella de pie, extendía sus manos y rezaba. Cuando concluyó su plegaria se volvió, vio una gran cavidad llena de agua y se dijo: “Ahora es el momento de recibir el baño [se refiere al bautismo]”. Y se lanzó al agua mientras decía: “En el nombre de Jesucristo me bautizo en mi postrer día”. [...]
Ante este espectáculo también el gobernador derramó lágrimas, porque las focas [que llenaban el estanque] iban a devorar a tal hermosura. Así pues, Tecla se lanzó al agua en nombre de Jesucristo. Pero las focas tras ver el fulgor de un relámpago ígneo, quedaron flotando muertas. Y se extendió sobre Tecla una nube de fuego, de modo que ni las fieras podían tocarla, ni pudiera contemplarse su desnudez.
Lanzaron otras fieras más terribles [...] unas arrojaban vainas verdes, otras nardo, otras casia, otras bálsamo, de modo que hubo una gran cantidad de perfumes. Todas las fieras arrojadas contra ella no la tocaron, como si fueran presa del sueño, por lo que Alejandro dijo al gobernador: “Tengo unos toros muy bravos, atemos a ellos la condenada”. El gobernador, con gran tristeza, se lo permitió con estas palabras: “Haz lo que quieras”.
Entonces la ataron por los pies en medio de los toros y aplicaron a sus partes hierros ardientes, de modo que, conturbados al máximo, la mataran. Los animales pues saltaron, pero la llama, ardiendo en derredor, quemó las ataduras, como si no hubiera estado ligada.
Trifena perdió el sentido cuando se hallaba de pie al lado de las puertas junto a la arena, de modo que sus sirvientes gritaron: “Ha muerto la reina Trifena”.
El gobernador detuvo los juegos, y toda la ciudad quedó consternada. Entonces Alejandro cayó a los pies del gobernador y dijo: “Apiádate de mí y de la ciudad, y libera a la condenada a las fieras, no sea que perezca toda la ciudad. Pues si el César se entera de lo ocurrido, hará perecer enseguida a nosotros y a la ciudad, ya que su parienta, la reina Trifena, ha muerto”” (PabTec. 33, 36).
El gobernador entonces actúa en consecuencia:
“Ordenó traer sus vestidos y le dijo: “Ponte tus vestiduras”. Ella replicó: “El que me ha vestido cuando estaba desnuda entre las fieras, ése es el que me revestirá de salvación en el día del juicio”.
Y tomando sus vestidos se cubrió con ellos. El gobernador dictó inmediatamente un decreto con estas palabras: “Os entrego libre a Tecla, sierva piadosa de Dios”” (PabTec. 38, 1-2).
Lo primero que hace Tecla una vez libre, es buscar nuevamente a Pablo, al cual halla en Mira, para tras encontrarle y hablar con él, volver a Iconio, donde ocurre este inesperable final:
“Dando así testimonio, partió [Tecla] para Seleucia, y tras haber iluminado a muchos con la palabra de Dios, se durmió con un bello sueño [esto es, se murió]” (PabTec. 43).
Desenlace que alimentó otras versiones igualmente apócrifas sobre el final de la bella jovencita, las cuales tienen en común que predicó en una caverna durante setenta y dos años. Tras ello, según una versión habría marchado a Roma en busca de Pablo, sin saber que hacía tiempo que había muerto, momento en el que ella misma habría muerto. Según otra, al intentar, ya anciana, unos hombres forzarla por el simple placer de humillarla, se habría escurrido de ellos por la abertura de una roca, tras lo cual, la roca se habría cerrado para siempre.
La historia de Santa Tecla pasa del libro de los “Hechos de Pablo y Tecla” a la más consolidada tradición eclesiástica, hasta el punto de que hoy día, la joven Tecla figura en el santoral de la Iglesia como hemos dicho arriba, celebrándose su festividad tal día como hoy.
Dentro de España, se registran dos focos de especial veneración hacia la joven virgen. Por un lado, se le profesa gran devoción en Tarragona, ciudad que registra asimismo la tradición de la visita paulina, curioso que sea justamente Tarragona la ciudad que Pablo visita cuando habla de su visita a España (), de la que es patrona y que conserva, desde el siglo XIV, una reliquia suya entregada por el rey de Óssimo de Armenia a Jaime II. Por otro lado, se le rinde culto también en Galicia, donde la devoción habría sido introducida por la monja Eteria, proveniente de Oriente Medio y Egipto, donde habría visitado su tumba. En la ciudad siria de Malula que sufre de manera especial los rigores de la guerra en Siria, un monasterio lleva su nombre.
©L.A.
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