El juego de las cifras:

Es difícil obtener una medida significativa del total mundial de gastos militares: a modo significativo, la cifra en dólares para 1981 fue de 600 a 650 billones de dólares

Según el SIPRI Stockholm International Peace Research Institute (2010) se calcula que el gasto militar mundial en 2009 fue de 1,531 billones de dólares. Es decir, más del doble que en 1981. Esa cantidad, convertida en números, se escribe de la siguiente manera: 1.531.000.000.000.000 $. Y repartida entre los 7000 millones de habitantes que somos en el planeta, salimos a 218.714 $ por cabeza.

Esto, puesto en solfa significa que si se repartiese el dinero que se gasta en armamento, a cada habitante del planeta nos corresponderían 218.714 $ para nuestros gastos. Y si esa cantidad la distribuyésemos entre los doce meses del año, nos corresponderían a cada uno 18.216 $ al mes. Vaya sueldazo. Al ver esas cantidades astronómicas pensé que no había hecho bien las operaciones, pero compruebo los datos y las operaciones hechas, y veo que todo es correcto.

Díganme si puede haber locura mayor que ésta.

Pero el tema de hoy no es tanto el dinero derrochado en armamento, sino la atrocidad de las guerras. ¿Cómo es posible que los humanos no nos entendamos y que como solución nos declaremos la guerra, con la que tanto se pierde y tan poco se gana?

No sé cómo se hace el balance de la victoria o del fracaso de una guerra. Pero aún el que gana, ¿cuánto ha perdido? Tanto en pérdidas materiales como en vidas humanas, y Dios sabe cuántas vidas tronchadas y con cuántos talentos. Si pudiera pesarse, medirse el dolor, el sufrimiento, los traumas, los miedos… ¿qué cifras alcanzarían?

Los humanos somos “pueblo de dura cerviz”. Poco hemos aprendido de la historia pasada y poco hemos avanzado en ser pacíficos. Y no será porque la misma historia no nos haya dado maestros en procurar la paz.

Qué hizo, si no, Jesús, el Príncipe de la paz. Eso de poner la otra mejilla cuando nos dan en una, o dar el manto cuando te quitan la túnica... qué mal lo llevamos. Por supuesto que este espíritu de Jesús ha estado presente no sólo en católicos, sino en muchos no católicos, como bien sabemos: en Gandhi, en Mandela, en Martin Lutero King y tantos otros.

¡Cuánto han suplicado por la paz los últimos Papas! ¡Cuánto nos ha enseñado Madre Teresa de Calcuta, premio Nobel de la paz! Parece que no sólo somos duros de cerviz sino también de corazón, en nuestras relaciones con los demás.

Después de la jornada de ayuno y oración a la que nos convocó el Santo Padre, tanto si hemos participado como si no, podríamos preguntarnos qué estamos haciendo para que haya paz. Qué bueno sería que cada uno en su familia, ambiente, lugar de trabajo, nos decidiéramos a ser artífices de paz, según nos enseña la oración atribuída a San Francisco de Asis: “donde haya odio, ponga yo amor, donde discordia, unión…”

Sabemos que la paz no es sólo ausencia de guerra. Tenemos comportamientos que no siempre son justos y, aunque no haya ruido de armas, pueden estar cargados de silencios y de omisiones mortales.

Somos egoístas, considerándonos cada uno como centro de nuestras vidas; vemos en el otro, un contrincante, no un hermano del que cuidar y al que atender, sino del que poder sacar provecho.

Deseamos todos que el mundo cambie, pero no estamos dispuestos a cambiar nosotros; queremos justicia, pero no somos justos; queremos igualdad, pero buscamos influencias para medrar; queremos cuentas claras, pero escondemos nuestras trampitas; queremos que compartan con nosotros, pero no queremos compartir con los demás.

Si todos nos decidiésemos a aportar nuestro granito de paz, algo se podrá lograr. La paz es un don que sobrepasa nuestra condición humana; por eso es necesario pedirlo. También nuestra Madre, Santa María, la Reina de la Paz la estará suplicando para todos.

José Gea