A LOS CATÓLICOS ESPAÑOLES
«Humildad y confianza
Sedme fieles y confiad en mí: no os abandonaré, y siempre se recordará la buena acogida que entre vosotros he tenido y lo que por mi gloria habéis trabajado. No lo olvidaré jamás y será siempre vuestro mejor timbre de gloria.
Quiero sentar mis reales sobre la humildad; cunde hoy por todas partes una especie de vanagloria que yo quiero en verdad destruir, para que todos conozcan que solo de mi bondad proviene la salvación, que soy vuestro salvador. Si obrase de otro modo, no reconoceríais mis beneficios. Os amo infinitamente; soy el único salvador de los individuos, como de las naciones y de las sociedades, y siempre habrá que decir que sois la obra de mi amor y de mi gran misericordia.
Tened confianza, os repito, a pesar de todo. Aun cuando el Universo entero pareciese bambolearse, ahí estoy yo, que soy el salvador: no perdáis la paz de vuestras almas. Acordaos de lo que en mi Evangelio tengo dicho: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que yo os aliviaré. Con vosotros estoy hasta la consumación de los siglos, con tal que perezcáis conmigo en caridad. La caridad, he ahí el mandamiento supremo de mi santa ley.
Vuestro verdadero rey soy yo; rey que no cambia. Rey que nadie podrá destronar. Veréis a todos vacilar, mas el Rey eterno permanece; vencerá, y los que Él se ha escogido y le permanezcan fieles, reinarán con Él en su reino, que nada tiene de común con estos reinos perecederos, que pasan, como pasan los hombres. Sé lo que hago, y lo que digo es verdad. Guardaos de interpretar esto a vuestro modo, antes de tiempo; día vendrá en que todo lo comprenderéis con mi luz, y de ahí sacaréis nuevas fuerzas y divinos alientos. Lo que ahora conviene es afianzaros en la fe en mi omnipotencia y en la confianza en mi bondad; y esto con humildad sincera, ejercitando constantemente, interior y exteriormente, la misericordiosa caridad. Orad por vuestros enemigos, perdonadles, amadles, deseando su bien; anhelad ardientemente la salud de sus almas, sobreponiéndola a vuestros particulares intereses.
En estos días, los que son míos, me glorifican; sin estos peligros, sin estas revueltas, no vendrían a mis brazos, desnudos de otra esperanza y de otro amparo que no sea el mío, y así ejecutan actos que jamás hubieran hecho ni tenido ocasión de hacer. Confiad, os amo, y en mi Evangelio os tengo dicho que el Padre vela por vosotros con paternal solicitud. Ese Padre soberano que viste con magnificencia los lirios del campo y da de comer a los pajarillos del cielo, ¡Cuánto más se cuidará de vosotros para daros lo que necesitéis y libraros de los lazos de vuestros enemigos! Dad a Dios la alegría de vuestra confianza, clamad a su Amor misericordioso. Jamás podréis apreciar en esta vida lo que un acto de fe y de confianza vale en el cielo. No en vano he venido a vosotros y he encontrado tan buena acogida en vuestro seno; fue para abrir vuestras almas a la confianza. No desfallezcáis; en medio de vosotros estoy yo y permaneceré para siempre.
Alegría santa. —Virtud en la prueba
Muchas veces lo he dicho y lo vuelvo a repetir: un acto de virtud vale más que todo. Tengo mis medios de despertar las almas y de santificarlas en la fe. Alegraos de todo cuanto hago, en vez de entristeceros en presencia de los acontecimientos por mí permitidos. Que vuestro cuidado no sea otro que producir actos de virtud, de fe, de confianza, de humildad, de caridad, de acatamiento a mis secretas disposiciones.
Más os digo: alegraos en mi, como en otro tiempo dije a mis apóstoles. Hay quien piensa que el Evangelio ya no es de estos tiempos y que su doctrina fue buena tan solo para épocas pasadas. Nada más falso; lo que a mis apóstoles dije entonces, es doctrina de todos los tiempos. Aplicad bien esa doctrina a vuestras almas según las necesidades en que os halláis. Ahí está el secreto de los que dirigen las almas: su empeño no debe ser otro que nutrirlas con mis máximas y enseñarles la manera de formarse al calor de mis doctrinas. Esto es andar en mi presencia, sin querer precederme, pendientes en todo de mi voluntad y usando conscientemente de mis dones. Haced valer los dones de Dios, explotad mis dones; comprended bien la hora presente y explotad el don de mi Amor misericordioso. ¡Cuántos actos de fe y confianza os moverá a hacer este conocimiento, cuántos actos de caridad y de humildad, sin los cuales vuestra conducta vendría a cargar más el platillo de la balanza en que pesan los crímenes de los impíos!
Ya recordaréis lo que dije a Abraham sobre Sodoma y Gomorra. Sed vosotros de aquellos diez justos que bastaban para detener las iras del cielo y salvar las corrompidas ciudades. De todo me sirvo para despertar a las almas y hacer que produzcan mayores frutos. Hay gentes que no se santifican si no es con el fuego de las tribulaciones, y yo las permito para que por este medio se tornen a mí. Cierto que algunos flaquean, pero los buenos se afirman y, por los que se apartan, vendrán otros muchos, más humildes, más decididos, que serán como columnas para sostener a sus hermanos. No temáis; orad, orad por vosotros y por las almas. No dejéis la oración; orad con fe, con una gran confianza de que obtendréis lo que pedís; si sabéis hacerlo con humildad y caridad, tened por cierto que obtendréis cuanto pidáis, si ha de ser para gloria mía y bien de vuestras almas. ¿Qué más podéis desear? ¿No es este vuestro único anhelo? Lo que generalmente os turba es el apego de la propia voluntad a un bien particular que en aquel momento os parece necesario; mas yo quisiera que, por encima de todo, pongáis en mí vuestra confianza, independientemente de cuanto sucede en la tierra.
Esto no quiere decir que os crucéis de brazos y no pongáis los medios humanos que la santa prudencia dicta; mas también en estos casos, orad mucho; no deis un paso sin la oración, y entonces y siempre poned la confianza en mí y no en la marcha de los acontecimientos. ¿No soy yo quien os ha creado a todos, Señor de cielos y tierra, que presido los destinos de las naciones? A vosotros, los que teméis y tembláis, repito ahora las palabras que dije en otra ocasión: “Hombres de poca de fe, ¿por qué teméis?” Creed en el poder mi Amor misericordioso para todos los que le invocan, y uníos al llamamiento y al clamor que por vosotros hacen vuestros hermanos en el cielo.
No me cansaré de repetíroslo: en mí, más que en todos los medios humanos, debéis confiar. Aprovechad las presentes circunstancias para lanzar un nuevo llamamiento de renovación de espíritu, de fervor, de oración, de sacrificio, según los respectivos deberes de estado y las reglas de cada uno. Haced un llamamiento a las almas contemplativas, para que no se duerman en la observancia, sino que sean como otro Moisés, levantando las manos al cielo desde el monte, mientras los que están en el valle toman contra sí mismos las armas de la penitencia; esa será la garantía mejor de vuestra victoria.
Obrad de modo que cuando yo mire a la tierra, encuentre en ella los justos que mi amor desea, humildes, pobres, obedientes, mortificados, caritativos, fiados de mi bondad, intercesores por la humanidad culpable, y revestidos de mi caridad».