El Papa ha insistido en la necesidad de que los católicos participen en política. Una advertencia que ya lanzó durante la JMJ de Río, confirmando que estamos ante una cuestión de vital importancia. No en vano, la secularización que vivimos y que tan devastadores consecuencias está teniendo sobre nuestras sociedades ha sido promovida sistemáticamente desde el poder político, habitualmente interesado en debilitar a la Iglesia, quizás la única institución con capacidad real de desafiarle en sus pretensiones totalitarias (¿recuerdan aquello de cuántas divisiones de tanques tenía la Iglesia en boca de Stalin?).
Aunque habría mucho de qué hablar al respecto, voy a detenerme en dos aspectos. Por un lado en la importancia de la política, evidente si nos atenemos a lo expuesto anteriormente. En la política nos jugamos mucho: como afirmó el Papa Francisco se “requiere un cierto tipo de paradigma cultural y, en consecuencia, de la política”. Valga esto como advertencia para quienes se sienten tentados por una retirada hacia ámbitos privados, una tentación que podríamos calificar como “pietista”.
En segundo lugar, un comentario nacido de mi experiencia personal: una vez tomamos conciencia de la importancia que, como católicos, tiene la política, ¿cómo debemos actuar en cuanto tales? Tema complejo, pero sobre el que creo que podemos decir alguna cosa: a la luz de la experiencia de algo más de un siglo, creo que podemos afirmar que no basta con que un católico se forme bien e intente actuar como político de acuerdo con su fe en el seno del sistema político actual. Si podemos aprender de la experiencia, y creo que deberíamos poder, hemos de reconocer que esa actitud, la más común entre los católicos y apoyada en numerosas ocasiones por la jerarquía, por muy bienintencionada que haya sido en general, no ha sido capaz de influir y detener la dinámica secularizadora y totalitaria de nuestras modernas democracias y, en consecuencia, ha fracasado. En un plano más personal, cuántas veces he visto cómo amigos, bien formados, se metían en política para influir desde una visión católica del hombre y la sociedad y acababan, en el mejor de los casos quemados, en el peor, justificando lo injustificable. Se necesita pues algo más que participación de los católicos en política, así, sin más.
Comparto una reflexión que nos puede dar una pista: fue Juan Pablo II quien habló de estructuras de pecado ; en Evangelium Vitae escribe: “estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera «cultura de muerte»”. Creo que el error de base de nuestra actitud como católicos ha sido, en demasiadas ocasiones, asumir que las instituciones y cauces de acción política son meras estructuras neutras a las que podemos aportar nuestros “valores” cuando estamos en muchos casos ante verdaderas estructuras de pecado que, por su propia naturaleza, son irreformables y contra las que, en consecuencia, chocamos una y otra vez. Ojalá tomemos conciencia para no reincidir en los errores del pasado más reciente.