Al progresismo hay que reconocerle su capacidad para convertir determinadas frases en bien intangible de la humanidad, en dogmas laicos que hay que saberse de memoria para quedar bien en esos ambientes en los que se consume arroz con bogavante entre teorías proletarias. Y, sin embargo, no son tan redondas. Para desmontar, por ejemplo, el aserto de que debajo de los adoquines está la playa basta escarbar un poco: no es la de Ítaca la que descubres, más bien la de Bahía Cochinos. Lo que aclara que un anarquista no es más que un comunista disfrazado de hombre libre.    
Y ya que ha salido Cuba a colación viene a cuento otra frase con truco. La que pronunció el mayor de los Castro, Fidel, gran hermano, para advertir de que su país no daría un paso atrás ni para tomar impulso. Puede que al principio la táctica de no parar estuviera justificada, para escapar de la era Batista, pero está claro que correr en círculo no lleva al futuro, que es el lugar idílico que proponen como destino los obispos caribeños, quienes piden en una carta pastoral al soviet cubano una perestroika con malecón que desemboque en libertad sin ira. Los prelados plantean también al gobierno que retome la negociación con Estados Unidos. Más que nada porque la isla no saldrá del coma mientras ambos países no dejen de discutir, con el embargo de por medio, sobre si quien vive es Elvis o el Che.