El Señor está continuamente llamándonos. Unos escuchan y comprenden la llamada y la atienden otros aunque la oigan, la comprendan y la quieran atender, pero lo dejan para mañana tal como rezan los conocidos versos de Lope de Vega.

¡Cuántas veces el ángel me decía:
“Alma asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía”!.

 ¡Y cuánta, hermosura soberana:
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo, responder mañana!.

      Y otros ni lo oyen ni tienen interés en escucharla y mucho menos comprenderla. Pero para aquellos que tengan interés en escuchar la llamada del Señor, esta puede ser de muy variadas formas. Primeramente hemos de ver, que hay dos clases de llamadas del Señor, hay una llamada genérica y otra específica. Genéricamente el Señor nos convoca a todos a la santidad, pero dentro de esta llamada genérica, hay unos que se la toman más en serio, que la mayoría, buscan y desean aumentar su amor hacia el Señor, lo suyo es solo lo que se relaciona con su deseo de amar más y mejor al Señor y Él no es ajeno a estos deseos de determinadas almas y se complace en ellas.

            Pero la pregunta es: ¿Cómo nos llama el Señor? Desde luego que hay una llamada genérica de todos porque todos estamos convocados a ser santos. Pero hay casos en que el Señor desea que algunas almas sean la sal que esparza su amor en los demás. Antiguamente el Señor llamaba a estas almas de forma completamente directa y tanto en el A.T. como en el N.T, tenemos varios ejemplos de esto.

            En el caso del profeta Samuel, hay una clara llamada del Señor: 4 El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy». 5 Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Pero Elí le dijo: «Yo no te llamé; vuelve a acostarte». Y él se fue a acostar. 6 El Señor llamó a Samuel una vez más, él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Elí le respondió: «Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte». 7 Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada.8 El Señor llamó a Samuel por tercera vez. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven, 9 y dijo a Samuel: «Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha». Y Samuel fue a acostarse en su sitio. 10 Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: «¡Samuel, Samuel!». El respondió: «Habla, porque tu servidor escucha». (1Sam 3,5-10).

            También fueron varias las veces, en las que el Señor, como en el caso de San Mateo, simplemente le dijo: Sígueme y San Mateo dejó el telonio se levantó sin más, abandonó todo y le siguió (Mt 9,9) También a San Felipe solamente le dijo: Sígueme (Jn 1,43) y en otros varios casos más. Pero pensando en la actualidad la pregunta sigue vigente: ¿Cómo nos llama el Señor?

            Bueno, la llamada general a la santidad, la tenemos todo, pero como decíamos, hay unas llamadas específicas, y de estas la más conocida de ellas es la llamada a la vocación religiosa. Pero al margen de esta y también como llamada específica, el Señor se ocupa de aquellos que no hemos tenido la dicha de haber sido consagrados, y no por ello el Señor se olvida de nosotros. Esta clase de almas también pueden ser llamadas, específicamente a cualquier edad, no olvidemos la parábola de los jornaleros contratados a distintas horas para ir a trabajar en la viña.

            Pero en estos casos de llamadas del Señor, lo que no debemos de esperar es una llamada de carácter exterior, tal como los casos mencionados en la Biblia, la llamada ahora nos fluirá dentro de nuestra alma y sin  que la hayamos solicitado, porque los planes del Señor sobre nosotros es Él. quien los dispone. Esto es algo similar, a lo que sucede en el mundo en que vivimos y donde se desarrolla nuestra vida humana.  Un director de una empresa donde trabajamos, es él el que traza los planes desarrollo de la empresa y quién decide los nombramientos, es cogiendo para ello las personas que considera más capacitadas. Por su parte, la persona que aspira a obtener un ascenso se esfuerza en trabajar más y en demostrar sus méritos. Pues bien algo similar pasa en la vida espiritual.

            Nosotros podemos y hasta debemos de esforzarnos, en el desarrollo de nuestra vida espiritual, y sobre todo en hacer de nuestras vidas, una perfecta entrega a la voluntad y al amor del Señor. Porque ser llamados por el Señor, tal como nos dicen Nemeck F. K. y Coombs M. T. , es en último término, ser invitados a recibir la Santísima Trinidad en lo más íntimo de nuestro ser, por consiguiente, entrar en un proceso de unión transformante. Ser llamados, es sentirnos impulsados a entregar lo más profundo, inefable y amoroso de nosotros mismos en la hondura inefable y amorosa del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ser llamado es estar destinados a consumar esa unión de amor en la que somos colmados, con la total plenitud de Dios.

            No es fácil, teniendo en cuenta la individualidad de un alma en sus relación con el Señor, tratar de explicar el encuentro de un alma con Cristo, siempre nos veremos obligados a dejar abierta la puerta al misterio, a la gracia, a algo, que supera la mera razón nuestra, pero al mismo tiempo nos capacita para dar respuestas definitivas a las transformaciones que se realizan en muchas almas a partir de un determinado momento en sus vidas.

            La llamada del Señor es siempre algo misterioso, porque viene de la oscuridad de la fe, además tiene una voz tan débil y discreta, y para oírla, se necesita todo el silencio interior posible para percibirla. Y, sin embargo, no hay nada ten decisivo y perturbador para un hombre sobre la tierra, nada más seguro ni nada más fuerte, que la llamada del Señor a un alma, nos dice Carlo Carretto.

            Si nosotros nos dedicamos a desear cada día más el amor del Señor, y no pensamos en hacer otra cosa que amar y cumplir con su voluntad, centrar nuestra vida, en el deseo de que su deseos, sean nuestros deseos, no desfallecer nunca en la perseverancia, desear que todo el mundo ame al Señor, al menos como nosotros lo amamos y tener nuestra mirada fija en Nuestra Santa Madre; podemos estar seguro, que tarde o temprano seremos llamados y pasaremos a formar parte de los elegidos del Señor, pero hay que atrapar la ocasión, en la  que el Señor nos llame. De lo contrario es posible que esta ocasión no se vuelva a presentar nunca jamás, porque las gracias y los dones que el Señor otorga a un alma, esta ha de aprovecharlos de inmediato y si así se hace, ya sabemos por la parábola de los talentos, que a una gracia entregada y aprovechada, le siguen otras mayores. El Señor no acostumbra a repartir las gracias divina a troche u moche, como si se tratase de una tómbola, aquí el que la recibe es porque el Señor ha visto que a esa persona merece la pena ayudarla y lanzarla al fuego de su amor.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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