Es curiosa la unión que pone en el mismo plano a Tiberio, emperador, omnipotente, y a Lisanio, principillo ignorado. Para comprenderlo es necesario ir a donde el evangelista nos lleva, al desierto, cerca de las riberas del Jordán. El valle en esta parte se ensancha, formando una especie de circo, pero está dominado a ambos lados por altas colinas. Es el único punto del globo que está aproximadamente a 350 metros bajo el nivel del mar.
Después de nombrar al señor del mundo romano, cuyos años de imperio se imponían a todos, San Lucas enumera estos pequeños estados del país de uno y otro lado del Jordán, cuyo centro de gravedad era Jerusalén, situado en la ribera occidental… Pero fuera y por encima de estos príncipes temporales, el tercer evangelista quiso nombrar al Sumo Sacerdote, único lazo que unía aún a los descendientes de Israel.
Así pues, según explica el padre Joseph Mª Lagrange1, el decimoquinto año del mandato de Tiberio debía corresponder al 1 de octubre del año 27 de la era cristiana; y fue, sin duda, poco después de esta fecha cuando Juan apareció predicando en toda la región del Jordán. Andaba vestido de pieles de camello y con un cinto de cuero alrededor de los lomos, y comía langostas y miel silvestre (Mc 1,6). Después de un largo silencio, en tiempos de elegancia y urbanidad, cerca de Jericó, la ciudad dada por Antonio a Cleopatra por la belleza de sus aromáticos jardines, reedificada por Herodes para estación invernal en los confines de la suntuosidad y el desierto, se levanta Juan, nuevo Elías por sus hábitos y no menos audaz por la libertad de sus invectivas. Tan potente era su voz, que el desierto se conmovió y sus rumores se extendieron hasta las ciudades de la tierra alta… ¡Preparad el camino del Señor…!
No fue Juan -afirma Orígenes- quien llenó todos los valles, sino nuestro Señor y Salvador. Mira, ve lo que eras antes de tener fe: un valle bajo, en declive, que se hundía en el abismo. Pero cuando llegó el Señor Jesús y nos envió como vicario suyo al Espíritu Santo, todos los valles se colmaron. Y se llenaron de buenas obras y de frutos del Espíritu Santo.
La caridad no deja que en ti haya un valle, porque si tú tienes paciencia y bondad, no solo dejarás de ser un valle, sino que empezarás a ser una montaña de Dios. Y no te equivocarás si ves en las montañas y en las colinas abatidas a las potencias enemigas que se levantan contra los hombres. Para que se llenen los valles es necesario que sean abatidas las potencias enemigas, montañas y colinas.
Y lo torcido se enderezará. Cada uno de nosotros era tortuoso, y por la venida de Cristo, que también se ha cumplido en nuestra alma, todo lo que era tortuoso se ha enderezado. ¿De qué te sirve que Cristo haya venido por un tiempo en la carne, si no ha venido a tu alma? Oremos para que todos los días se cumpla su adviento en nosotros, y que podamos decir: Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí.
Es lo mismo que San Pablo nos dice hoy en la segunda lectura: Esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad, para apreciar los valores, para apreciar la vida en Cristo. Así es como nosotros llegaremos al día de Cristo, a ese encuentro con el Señor, limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia. Esto es lo que significa preparar el camino. Esto es lo que significa que nosotros enderecemos en nuestra vida aquello que es escabroso, aquello que está torcido. Esto es lo que significa ver la salvación de Dios.
Nos lo propone, como siempre, con el ejemplo de su vida, santa Maravillas de Jesús, cuya fiesta celebraremos pasado mañana. Nos lo proponen los santos siempre. Esta religiosa que fundaría el Carmelo del Cerro de los Ángeles, junto al monumento del Corazón de Jesús en el centro de España, que fundaría nueve comunidades más, y una en la India, concede primacía a la oración y a la inmolación. Tenía, como se desprende de sus escritos, verdadera pasión y celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Desde su clausura, y viviendo una vida pobre, socorrió a los necesitados, fomentando iniciativas apostólicas y obras sociales y caritativas. Porque el que vive en Cristo, aunque sea tras las rejas de la clausura, dándose, entregando su vida al Señor, puede hacer obras maravillosas.
“Mis delicias son estar con los hijos de los hombres”. Estas palabras, que me impresionaron fuertemente, entendí no eran en este caso para mí, sino como una petición que el Señor me hacía para que me ofreciera toda entera por darle esas almas que Él tanto desea. Vi claramente, no sé cómo, la fecundidad para atraer las almas a Dios, de un alma que se santifica, y tan hondamente me conmovió todo esto que, con toda el alma, me ofrecí al Señor, a pesar de mi pobreza, a todos los sufrimientos de cuerpo y de alma, con este fin. Me pareció entonces que ese ofrecimiento estaba bien, pero que lo importante únicamente era abandonarme a la divina voluntad, entera y completamente, para que hiciese en mí cuanto quisiera y aceptara del mismo modo el dolor que el gozo. Me pareció entender que no era lo que le agradaba lo que fuera el mayor sacrificio, sino el cumplimiento exacto y amoroso de esa voluntad, en sus menores detalles. En esto entendí muchas cosas que no sé decir, y cómo quería fuese muy delicada en este cumplimiento, que me llevaría muy lejos en el sacrificio y en el amor.
Esto es lo que nos pide el Señor: vivir la voluntad de Dios en lo de cada día, en los pequeños detalles, como dice santa Maravillas de Jesús. En lo de cada día, descubriendo cómo tengo que romper con mi tibieza, cómo debo allanar el sendero, cómo debo ser montaña de Dios, cómo Él debe habitar dentro de mí a través de cada uno de los acontecimientos de la jornada. Es lo que el Señor nos pide en este nuevo Adviento. Es lo que el Papa nos está pidiendo al vivir estos días de la Navidad para los que nos estamos preparando.
Nos dice Pablo, y así lo hemos recordado al principio: Manteneos limpios e irreprochables para el día de Cristo. Todo esto por medio de Cristo, para gloria de Dios. Esta es nuestra vocación: vivir en este mundo para alcanzar la vida eterna, caminar en este valle rompiendo todo lo que es escabroso, enderezando lo torcido con el mensaje de Cristo para allanar el camino a los que vienen detrás de nosotros. Preparad los caminos. Ya se acerca el Salvador, nos recuerda hoy Juan.
Y nosotros también hemos de ser en la sociedad, en nuestra casa, la voz que grita en el desierto. El desierto hoy es el mundo, que no quiere escucharnos porque no le interesa oír el mensaje del Evangelio. Y tú, como un nuevo Juan Bautista, debes alzar la voz y recordar a todos que el Señor viene. Viene para cada uno, para que lo demos a los demás, para que vivamos en comunión. Ya se acerca el Redentor. Preparemos los caminos.
(Para meditar después de la Comunión)
Las apariciones de la Virgen de Guadalupe (9 de diciembre de 1531) al indio azteca san Juan Diego se narran en el libro Nican Mopohua, escrito en lengua náhuatl por Antonio Valeriano, indígena de gran cultura y contemporáneo del propio Juan Diego y del primer Obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, uno de los personajes principales de tal acontecimiento. Cuando en la cuarta aparición el indio se excusa de no haberse presentado ante la Virgen por buscar a un sacerdote que atendiera a su tío que estaba para morir, Ella le responde:
Escucha, hijo mío el menor, que es nada lo que te aflige; no se turbe tu rostro, tu corazón. No temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás en mi regazo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que nada te aflija ni te perturbe…
PINCELADA MARTIRIAL
El beato Rafael Román Donaire nació en Alhama de Almería, el 28 de agosto de 1891. Fue bautizado a los seis días de su nacimiento en la parroquia de su pueblo natal. Siguiendo los pasos de su hermano y guiado por su párroco, el beato Luis Eduardo López y Gascón, ingresó en el Seminario de san Indalecio en 1903. Fue ordenado presbítero el once de abril de 1914 en la capilla del Palacio Episcopal de Almería. Entre 1914 y 1923 ocupó la coadjutoría de la parroquia de Santiago, además de encargarse de la parroquia de san Antonio durante la epidemia de gripe de 1918. En 1923 fue nombrado cura ecónomo de san Antonio de Almería. El veinticuatro de junio de 1926, tras brillantes oposiciones, tomó posesión del beneficio de Maestro de Ceremonias de la Catedral almeriense. Los Prelados le encomendaron muchos oficios en la Curia, en el Seminario y en la pastoral diocesana. Cuando la República expulsó a los Jesuitas, le confiaron la rectoría del templo del Sagrado Corazón.
Apóstol de la infancia y de la juventud, llegó a organizar sesiones de cine en la Catedral para atraer a los más pequeños. Con igual fin fundó, en 1928, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Victoria en su Entrada Triunfal a Jerusalén y Nuestra Señora de la Paz que continúa protagonizando una de las más entrañables procesiones almerienses.
Denunciado por su condición de presbítero, fue detenido el diez de noviembre de 1936 y torturado en la cárcel. Don Antonio Pumarola Bueno, que coincidió con el mártir en prisión cuenta que: « Me acerqué a él en cuanto pude y con la mayor prudencia. Me dijo que era el primer día que estaba allí; entre idas y venidas con nuestros carros cargados de piedras hablamos y me confesó, tomando como era natural todas las preocupaciones posibles. Recuerdo que al terminar me dijo: “Qué pena que tú no puedas confesarme a mí”. »
El odio de la persecución religiosa lo llevó al martirio en la madrugada de la Purísima junto a la chimenea del Ingenio. Tenía cuarenta y cinco años.
Fue beatificado en Almería el 25 de marzo de 2017.
1 Joseph Mª LAGRANGE, Vida de Jesucristo según el Evangelio, página 57. (Madrid, 1999).