El encargo, misión o tarea principal que Jesucristo mandó a sus apóstoles está claramente señalada en el Evangelio: "Id, por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda criatura. El que crea y se bautice se salvará; pero el que no crea se condenará"(Mc 16,1517). Desde siempre la Iglesia católica -fiel a su divino fundador- ha ido suscitando la fe por todas partes y sigue haciéndolo hasta el final de los tiempos.
Tan importante es esta misión de la Iglesia, que de postergarla no tendría razón de su existencia.
La fe cristiana ha de estar en relación con la revelación divina, que se ha manifestado como único Dios vivo y verdadero, en tres personas iguales y distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la medida en que la
Iglesia sea fiel a esta tarea, estará cumpliendo el plan divino. Si se apartase de ella, estará defraudando a Jesucristo y no agradaría al Señor.
La salvación humana está íntimamente relacionada con el conocimiento, amor y adhesión a la persona divina de Jesucristo: " En esto consiste la vida eterna: en que te conozcan a tí, Padre y a tu enviado Jesucristo" (Jo 14,6). Ahora bien, para lograr la salvación del hombre, la Iglesia debe dar a conocer - con
palabras y obras - dónde está la verdadera salvación. Toda la acción testimonial y misionera de la Iglesia ha de converger a este objetivo esencial: dar a conocer a Jesucristo, quien nos ha revelado al Padre y al Espíritu Santo. Esta misión corresponde a todos los bautizados –seguidores de Cristo-y no solo al Papa, a los obispos y sacerdotes. Todo laico consciente de su fe, ha de ser en su vida ordinaria un testigo valiente de Jesucristo, el único Salvador de la humanidad. Si todos los cristianos fuesen coherentes con su tarea evangelizadora, la familia, la sociedad y el mundo cambiarían radicalmente. Por sus frutos les conoceréis.
MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN