El que haya un crecimiento considerable en el número de católicos en África y Asia, no es un consuelo de cara a la situación que se vive en Europa. Una cosa no resuelve la otra, pues se trata de dos realidades distintas. Además, no sería justo borrar el legado histórico y espiritual que han dejado los europeos a favor de la evangelización en el mundo. Permitir que la Iglesia muera en un punto del planeta, refleja desinterés y, sobre todo, falta de fe. Por lo tanto, es necesario replantearse las cosas. ¡Europa no es causa perdida! Simple y sencillamente, hay que volver a los puntos básicos. Retomar el valor de la oración, los sacramentos y, por supuesto, las buenas obras. Actualmente, se han dado experiencias positivas en varios países europeos, lo que demuestra que la fe, si bien es cierto que se encuentra adormecida por el relativismo, ¡vive! Por ejemplo, las vocaciones religiosas de Iesu Communio o del Hogar de María. En esos lugares, las nuevas generaciones han encontrado a Cristo. ¿Cuál es la clave? Ante todo, el testimonio de los que ya entraron y la cercanía de un grupo de personas que –en su mayoría- sufrieron los embates de una vida en la que Dios resultaba ser alguien extraño y que –tras haberlo encontrado- hoy son felices.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que “Roma no se construyó en un solo día”; es decir, tras años de una cierta apatía por la nueva evangelización en los lugares que fueron tradicionalmente cristianos y que actualmente son bastiones del secularismo, es normal que los avances se vayan dando lentamente. Lo importante es dar el paso, trabajando en red a nivel diocesano: parroquias, templos, capillas, congregaciones, movimientos, colegios, hospitales, universidades, centros de espiritualidad, etcétera. Es fundamental estar en sintonía, aprovechar cada vínculo, con el objetivo de unir esfuerzos para conseguir fortalecer el sentido del bautismo en aras de una vida comprometida con la Iglesia y la sociedad. Sumar en lugar de restar o dividir.
Congruencia y creatividad, son las palabras claves. Para que la Iglesia camine, la mayoría de sus miembros tienen que poner de su parte, evitando hacer de la fe un escape, algo desconectado de la propia vida, además de proponer nuevos espacios, sin olvidarse de los antiguos como el camino de Santiago, ya que muchas personas –tras peregrinar- han redescubierto a Dios. Nos toca tomar nota y, desde ahí, integrar un proyecto que permita relanzar la opción de Jesús, evitando las posturas progresistas o tradicionalistas que tanto daño le han hecho a la Iglesia. Si en la parroquia sólo hay 30 parroquianos, ¡no importa! Recordemos que Jesús solamente contaba con doce discípulos. Lo que si resulta necesario es atreverse a vivir la fe sin complejos. En algunos casos habrá que partir de cero; sin embargo, ¡vale la pena! Sumando esfuerzos y recursos, es posible provocar un cambio, al facilitar el encuentro de las personas con Dios. Desde las grandes universidades, pasando por los colegios y llegando hasta las ermitas más alejadas. Tres verbos: orar, sumar y relanzar.
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