El laicismo entiende el celibato como la castración del deseo, por lo que otorga al Papa de turno el rango de cirujano jefe especializado en lobotomía de la libido. De ahí la ovación tributada desde sus filas al nuevo secretario de Estado de El Vaticano, Pietro Parolin, por aclarar que la soltería sacerdotal no es un dogma de fe. El número dos de Francisco no ha ido más lejos, pero de su declaración deduce el laicismo que en mi parroquia vamos de boda en cuanto el cura encuentre a una mujer como Dios manda.
Para el laicismo no cabe ninguna duda de que la Iglesia está obsesionada con el sexo. Sin embargo, a la vista está que es el laicismo el obsesionado con incluirlo como opción en los planes de estudio teológicos para que los diáconos tengan la posibilidad de escoger entre arras y castidad, al modo en que a los alumnos de bachillerato se les propone elegir entre Biología y Religión, entre vida terrenal y vida eterna.
Al celibato, al no ser dogma, le puede pasar cualquier cosa. Lo mismo se mantiene que le ocurre un accidente. Pero si la presión laicista consigue que los curas se casen por la Iglesia el siguiente paso que daría sería subvencionar tesis para determinar cuál es el sexo de los ángeles a fin de saber si Dios es o no machista. Lo que demostraría que el laicismo no tiene ni idea de omnipotencia: San Miguel no ganó batallas porque le echara un par.