A menudo se acusa a la Iglesia católica de antisemitismo, acusación infundada que un análisis más atento desmonta con facilidad. La mayoría de las veces esas acusaciones nacen de la incomprensión de lo que es nuestra fe. Por ejemplo, me impresionó lo que leí una vez a propósito del pasaje evangélico, tildado muy a menudo de antisemita, en el que las mujeres de Israel pedían que la sangre de Cristo cayera sobre sus cabezas y las de sus hijos. Interpretado desde la superficialidad y el desconocimiento como una maldición y una justificación a cualquier tipo de violencias contra los judíos, los hermanos Lemann, judíos y sacerdotes católicos, renovaban ese grito, sabedores de que “esa Sangre es nuestra purificación y nuestra redención, nuestra salvación y nuestra beatitud eterna”. La supuesta maldición se convertía, a la luz de la fe, en fuente de gracias.

Dicho esto, este verano, en Misa, durante las peticiones, pude escuchar cómo se pedía por “la tierra de Palestina, tierra de Jesús y de María”, una afirmación que, además de falsa, sí podría ser tachada con justicia como antisemita y que es frecuente oír en nuestras iglesias. Palestina no es término neutro, meramente geográfico, Palestina es un término creado en abierta disputa antijudía.

La tierra a la que llegaron los judíos era la tierra de Canaán bíblica, habitada por los cananeos, que le daban nombre, y por otros pueblos. Luego, una vez los judíos fueron dueños de la Tierra Prometida, hablamos ya de Reino de Israel, al norte, y de Reino de Judá al sur. Más tarde, ya bajo ocupación romana, se hablaba de la provincia de Judea. La patria de Jesús y de María no fue pues Palestina, sino Israel o Judea (sería como si dijéramos que la patria de san Isidoro de Sevilla fue Al-Andalus).

El término Palestina es una invención de tiempos del emperador romano Adriano, cuando después de derrotar a los judíos liderados por Bar Kochba en 135, tras decretar la expulsión de los judíos de su tierra, quisieron hasta borrar su nombre de la denominación de aquel territorio. Entonces recurrieron a la palabra latina Palestina, que significa tierra de los filisteos, un pueblo entonces ya extinto que se había enfrentado a los judíos. Este término, lógicamente, será odioso para los judíos, que veían cómo se pretendía borrarlos del mapa. Ya en nuestros tiempos, poblaciones árabes llegadas a esa tierra con posterioridad han asumido el nombre de Palestina, que curiosamente no es un término árabe, sino como hemos señalado, latino.

En la actualidad parece que los católicos, al menos los que redactan las peticiones que se hacen en misa, tienen alergia al nombre “Israel”, que es una realidad, o incluso al tradicional de "Tierra Santa", y sin embargo se decantan por el término Palestina, como si éste fuese un término neutro. Nada más falso. Confío en que alguien se de cuenta y cese el uso indiscriminado de ese término que no es bíblico y que es insultante para los judíos.