En su reciente encíclica, "Lumen Fidei", el Papa Francisco afirma que "si Dios fuese incapaz de intervenir en el mundo, su amor no sería verdaderamente poderoso, verdaderamente real, y no sería entonces ni siquiera verdadero amor, capaz de cumplir esa felicidad que promete. En tal caso, creer o no creer en él sería totalmente indiferente". La intervención de Dios en la historia, por lo tanto, es no sólo una prueba de la existencia de Dios sino de su omnipotencia y de su interés por nosotros.

 En la lucha entre el bien y el mal, nuestra fe nos dice que merece la pena apostar por el bien porque éste es más fuerte que el mal. Que Dios permita a veces triunfos parciales del mal, que éste gane batallas, no implica que vaya a ganar la guerra. Los renglones torcidos con que Dios suele escribir -o con los que le hacemos escribir los hombres-, conducen siempre a un punto final: la victoria del bien. Por eso, nosotros católicos confesamos a Dios como el Señor de la historia y nos abandonamos confiadamente en su Divina Providencia.

Esta es la base de nuestra fe en la oración. Este es el motivo por el que el Papa Francisco nos convoca a rezar por la paz para parar la locura de la guerra. Esta es la causa por la que, como nunca antes, millones de católicos están haciendo ayuno y orando para intentar evitar que las bombas arrasen Siria y, quizá, den comienzo a la tercera guerra mundial. Porque creemos que Dios existe, que es el Omnipotente y que nos escucha, es por lo que rezamos suplicando su ayuda. Ciertamente, no sólo hablamos con Él para eso. Lo hacemos, o deberíamos hacer, incluso con más frecuencia para darle gracias por su amor infinito. Pero la oración de petición tiene su origen precisamente ahí: Dios existe espera que le pidamos ayuda para que nos hagamos conscientes de que la fuerza la tiene Él y no nosotros. Los del "Yes, we can" tiran bombas. Ellos, llenos de soberbia, al final es eso lo que hacen. Nosotros no pensamos que solos podemos hacer el bien y arreglar el mundo, pero creemos en que Dios -con nuestra colaboración- sí puede. Es la humildad la que vence, incluso a la soberbia de las bombas.

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