Un sector de población de la Cataluña profunda pide una iglesia a su medida, alejada de Roma, tras la decisión del obispo de Solsona, Xavier Novell, de impedir que las campanas de su diócesis repiquen durante la Diada el 11 de septiembre, fecha en la que el imaginario colectivo del terreno conmemora la derrota de la sardana frente al pasodoble. La negativa del prelado a nacionalizar los badajos le ha valido una pitada y una serie de comentarios en los que se le llama poco menos que Felipe V y poco más que traidor a la causa, de lo que se deduce que quienes los hacen creen que Dios habla catalán en la intimidad.
En defensa del obispo ha salido, entre otros, un párroco que recuerda que los que silban no se toman el trabajo de asistir a los oficios. De ahí que exijan sin fundamento una iglesia a la carta. Deben de creer que en una liturgia con identidad propia el vino, presente en la campaña alimentos de España, se sustituirá por cava y el cuerpo de Cristo se introducirá entre dos lonchas de pan tumaca. Sin jamón, claro. Es el problema de confundir a los obreros de la mies con Els Segadors.