El caso real en el que se basa la película americana Exorcismo en Georgia, para cuyo estreno mundial fui entrevistado recientemente, me recuerda al no menos espeluznante suceso relatado en su día por el exorcista Salvador Hernández para mi libro Así se vence al demonio.
En 1993 la familia Wyrick —Lisa, Andy y su pequeña hija Heidi— hizo las maletas para trasladarse desde Atlanta a un hogar rural, en las afueras de la pequeña localidad de Pine Mountain, en Georgia.
Pero sus miembros no tardaron en descubrir que la propiedad fue en su día una parada en la conocida “Vía Férrea Subterránea”, cuyo jefe de estación había sido un taxidermista que ofrecía refugio a los esclavos negros. Una cadena de crímenes terminó con su terrible ahorcamiento. La pequeña Heidi fue testigo de las apariciones de almas en pena.
Este caso, como digo, me recuerda al de las dos hermanas que visitaron un día al padre Salvador Hernández en su despacho parroquial. Estaban muy nerviosas y asustadas por lo que sucedía en su casa. Por las noches, oían ruidos de puertas y cajones abrirse y cerrarse solos; con las luces y electrodomésticos sucedía algo parecido. Para colmo, veían la silueta de una mujer desconocida entrar y salir de las habitaciones como Pedro por su casa. Así llevaban ya varios años, desde la muerte de su madre, sufriendo un sobresalto tras otro y sin poder conciliar el sueño.
El exorcista averiguó que la misteriosa mujer era su madre. Las hijas tan sólo veían una silueta femenina borrosa pasearse por las habitaciones. El sacerdote supo luego que ella, en un arrebato de ira y desesperación, había decidido poner fin a su vida ahorcándose en un limonero plantado en el patio. Enseguida advirtió a las hijas de que el alma de su madre, no pudiendo descansar en paz y arrepentida del pecado cometido, venía a pedirles ayuda y oraciones para poder irse al Cielo. Así que exorcizó sin demora la casa y ofreció luego varias Misas por su alma, cesando desde entonces los ruidos y las apariciones.
Desde que oí relatar al padre Salvador este suceso, mi casa está debidamente exorcizada por él mismo. Recorrió los pasillos, subió escaleras y penetró en cada habitación, incluidos los cuartos de baño y todas las esquinas de la vivienda, mientras hacía innumerables señales de la cruz sin dejar de pulverizar agua exorcizada y de recitar las pertinentes oraciones en latín.
¿Sabemos acaso quiénes vivieron bajo nuestro mismo techo décadas o siglos atrás? ¿Y si tal vez se registró entre las mismas paredes algún otro terrible suceso que ignoramos…? Para curarse de espantos, nunca mejor dicho, vale la pena exorcizar la casa o al menos bendecirla. Con la vivienda sucede como con el agua: la exorcizada tiene más fuerza que la bendita.
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