¿Dejar el alcohol, el juego, el tabaco, la pornografía, la gula, la envidia, la avaricia, la pereza y todos los pecados capitales y veniales? No sé ustedes, yo solo no he podido nunca.
La moral puede podar el árbol del pecado pero, claro, al poco rebrota con más fuerza. Dios tiene que arrancar de cuajo esos fondos invisibles mucho más oscuros que los pecados capitales. Y eso, créanme, duele. Aunque vale la pena, vale la vida. Lo dijo Jesús: por una parte, "sin Mí no podéis hacer nada"; y por otra, "cuánto hay que sufrir por el Evangelio". Nosotros, evidentemente, tenemos que sufrir y dejar que Dios extirpe lo que Él quiera.
Hasta aquí nada nuevo. Una vez más o menos limpios -aunque ya estamos limpios por el Bautismo y por la Fe, pero la túnica se va ensuciando-, entonces estamos en condiciones de abandonarnos. No sé ustedes, uno nunca lo ha conseguido del todo: depositar la confianza en ese Otro, que dice que nos ama infinitamente, cuesta. Como el chiste de Eugenio: "Vale, pero, ¿hay alguien más?"
Los Santos ayudan, aunque es difícil sustraerse a eso del combate, la lucha, la ascesis, las normas de piedad... ¡Buf, todo se complica mucho! Tampoco vale el "quietismo" ni el "fumando espero" espiritual. ¿Qué hacer? Nos preguntamos exhaustos: ¿qué hacer?
Santa Teresita habla del "ascensor", de los brazos de Jesús, porque no puede subir las escaleras que llevan a las cimas de la perfección, de la santidad. Ya vamos mejor, pero Santa Teresita corrió el riesgo de apartarse de Jesús, terrible perspectiva. Ella misma lo vislumbra cuando dice que Jesús juega con ella como con una vieja pelota de trapo y, cuando se cansa, la deja en un rincón. ¡Oh, no! Yo no podría soportar eso ni un segundo. No. No. Y no.
San Carlos de Foucauld se pone en plan de alfombra: haz de mí, Jesús, lo que quieras, cuando quieras, como quieras, donde quieras, vuélveme del revés, etc. Sin embargo, todavía el humilde Carlos se ve DESDE FUERA DE JESÚS.
San Pablo da en el clavo: "No soy yo, es Cristo quien vive en mí".
-¿Y usted ve fácil eso?
Mucho. Facilísimo. Miren: en la primera parte de este articulo he descrito nuestra total debilidad, nuestra impotencia, porque la cabra tira al monte. O sea que, sin asomo de duda, somos la oveja perdida -la oveja negra, si quieren; o la cabra, también; o la babosa moral-.
No tenemos que hacer nada más que dejar que el Buen Pastor nos coloque sobre sus hombros. Si Él no nos encuentra, lloremos, clamemos a voz en grito, como el ciego, "¡Jesús, ten piedad de mí, pecador!" Entonces nos encontrará enredados en un zarzal y medio ahogados en el fango. Nos levantará hasta su pecho y nos lavará, nos curará, nos vendará y nos calmará, como hizo el buen samaritano. Vuelvo al principio: todo esto duele mucho -las enfermedades del alma duelen más, se lo puedo garantizar.
El caso es que terminaremos sobre los hombros de Jesús y nos iremos con Él.
Abandonaremos todo apego a las criaturas, le entregaremos todos nuestros planes y no desearemos nada; nada más que seguir ahí sobre sus fuertes y santos hombros. ¿Qué podemos temer?
¡Nada! "Los casados vivan como si no lo estuvieran (...) y los que negocian como si no lo hicieran", San Pablo, de nuevo, lo deja muy claro. Piensen: están con Jesús y, a menos, que griten como críos para que les baje, Él no lo hará nunca. Si se empeñan, les dejará en ese lugar tan bonito, tan tranquilo y pacífico, tan recogido... Pero Jesús no estará con ustedes. Oh, les cuidará, por supuesto. Ustedes estarán donde quieren, pero SIN ÉL. Vamos a ver: ¿cuántas veces les ha costado regresar de un retiro y volver al mundo? ¿O de Lourdes, Fátima, Medjugorje, el Monasterio de Leyre, o un encuentro de alabanza? Pero si van ahí arriba, sentados como niños, irán siempre con Jesús a donde Él vaya.
No se bajen de los hombros de Jesús porque les lleva como víctimas agradables al Padre. Otra vez San Pablo: "Cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo". Déjense hacer como "cordero llevado al matadero".
Es probable que en la primera caída del pobre Jesús, o en la segunda, ustedes caigan de esos hombros ahora destrozados. No pasa nada: ya han hecho mucho y morir cerca del Gólgota es martirio supremo. Pero si pueden verle, si pueden levantarse, si no quieren dejarle solo, serán otros cirineos. Entonces el buen Dios cambiará los papeles y les hará el inmenso don del amor que es levantar a Quien nos levantó un día del fango y de las zarzas.
Es fácil, así, tener siempre, a todas horas, presencia de Dios. ¿Cómo olvidar que vamos sobre sus hombros poderosos?
¿Cómo olvidar que es Él quien lo hace todo? ¡Vamos con Él, podemos ver cómo actúa! Porque todo lo bueno que hacemos lo hace Él, y lo malo, nosotros -¿qué otra cosa podría esperarse de criaturas que son como ovejitas?-. Sin embargo, al estar tan cerca de Jesús, basta susurrar un poco y le pedimos perdón. Él no nos bajará al suelo, no, no. Y usted y yo, solos, no podemos bajar; de modo que, aún pecando, permanecemos en Él y nos evitamos, de paso, el horrible e imperdonable pecado de desesperación, contra el Espíritu Santo.
No me objeten que Einstein era muy inteligente. ¿Quién le dio esa inteligencia? Y San Francisco de Asís, muy pobre y casto. ¿Quién le dio pobreza y castidad? ¡Oh, vanidad! Creemos que el tiempo es nuestro y que podemos dominar el clima, cosa que ni imaginan las ovejas, naturalmente. ¡Oh, estupidez supina de la raza humana!
Así es imposible fallar, imposible no amar, imposible no ser misericordiosos, mansos y humildes, porque lo ES ÉL; ustedes y yo, pobrecitos, lavaremos a los leprosos, vestiremos a los desnudos o lloraremos ante la tumba de nuestros Lázaros. Con Él. Solo con Él, podremos vivir POR ÉL y EN ÉL, cuando nos lleve a un lugar sagrado, nos baje y se nos ofrezca con infinita ternura, todo Amor.
Es la Eucaristía. Lo han adivinado.
Paz y Bien.