Es de suponer que Obama no habrá renunciado a su par de tostadas de mantequilla de cacahuete para respaldar la propuesta del Papa de ayunar por la paz en Siria. Como quiera que la petición de Francisco de reducir la ingesta calórica repercute en la silueta, Barack le ha otorgado la misma importancia que el colegio general de médicos a la dieta milagro. El presidente de Estados Unidos debe de creer que pedir el cese de las hostilidades en el mundo suena tan inocente en los labios del dignatario vaticano como bonito en los de miss Oklahoma.

Tal vez Obama no haya escuchado a Pablo Abraira, pero la cuestión es que ha dejado de ser paloma por querer ser gavilán. Acaban de darse cuenta los miembros del comité noruego que le concedió el Nobel de la paz antes de que hiciera méritos. Ahora quieren quitarle el galardón porque consideran que le cuadra más la medalla al mérito militar. Qué esperaban. Es lo que pasa cuando el gendarme del mundo cree que le toman por el pito del sereno.