Porque si no se ama…, con fidelidad y perseverancia el amor no existe. Quizás en el amor humano y también en el sobrenatural, puede haber la esperanza de que si hubo amor, este amor pueda renacer, pero la realidad es que en la actualidad no existe; aunque por razones sociales, se guarden las formas, sobre todo en el amor humano. Nuestro amor al Señor nos exige para que este sea real y autentico, que seamos fieles y perseverantes, y lo mismo demanda el amor humano, porque este al fin y al cabo, el amor humano no es más que un reflejo del amor divino, ya que Dios es el absoluto creador de todo y por supuesto del amor. Todo amor auténtico, esta generado por Dios.

             Perseverar es amar y amar es perseverar. El que persevera es fiel aquello por lo que persevera y para ser fiel es imprescindible ser perseverante, por lo que perseverancia y la fidelidad son dos conceptos que se entrelazan, porque no se puede ser fiel sin ser perseverante y la perseverancia para que se dé, necesita de una fidelidad a alguien o a algo. 

            En la vida humana, ¿cómo puede una esposa o un esposo, decir que es fiel, si a las primeras de cambio, se marcha con otro o con otra? Con el amor al Señor pasa lo mismo. Nadie puede decir o pensar que le es fiel en su amor al Señor, si continuamente se le está ofendiendo con nuestra conducta. De todas formas en esta materia, existen dos notables diferencias entre al amor humano y el amor sobrenatural: La primera es que, mientras en el amor humano la infidelidad se puede dar por cualquiera de las dos partes, en el amor sobrenatural, el Señor jamás nos será infiel ni dejara de perseverar, para obtener de nosotros y para nosotros, nuestra eterna salvación La segunda es, que a una esposa o a un esposo, en un matrimonio bendecido sacramentalmente, se les puede engañar, al uno o a la otra, pero en el caso del amor sobrenatural, esto no ocurre, sencillamente porque a Dios es imposible engañarle.

            Con respecto a nuestra fidelidad y perseverancia en nuestras relaciones con el Señor, en toda nuestra conducta hemos de ser fieles y perseverantes en nuestro amor a Él, pero hay que distinguir entre lo que es, la perseverante fidelidad en nuestro amor al Señor, y lo que es la perseverante fidelidad en nuestra conducta de cristianos. Es lo que generalmente se conoce con el nombre de la imitación de Cristo. El que ama de verdad no solo ha de ser perseverantemente fiel en amor a su amado, sino que ha de imitarlo. Veamos porqué.

            San Agustín decía que: Toda la vida espiritual consiste en imitar a Cristo. Y es que resulta, que como nos explica San Juan de la Cruz, el amor asemeja y quien de verdad ama, tiende a parecerse a su amado, de aquí nos viene el refrán que dice: Dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma opinión, naturalmente se refiere este refrán a los matrimonios que perduran. El proceso de semejanza o de asemejarse entre sí, por parte de  los que se aman, es un avance lento hacia su fin que es la unión. Porque el proceso de semejanza, sobre todo en el orden espiritual, concluye siempre con la unión de los que se aman. En esta vida y volvemos a referirnos a una expresión de la sabiduría popular, que dice: Lo que muy fuertemente entra muy fuertemente sale y se acaba, da pie a que a sensu contrario podamos decir que lo que lentamente penetra, fuertemente se consolida.

            Nosotros aquí abajo en este mundo estamos para superar una prueba de amor, porque es el amor el que nos llevará a la asemejanza con Cristo y esta asemejanza o imitación de Cristo, siempre tiene una finalidad que es la unión con Cristo, que es de los que se trata. Imitación de Cristo, es el título de un conocido libro escrito por Tomás Hemerken de Kempis, haca ya 500 años y que ha sido guía de muchos santos. Nuestra finalidad es de seguir el camino de la imitación de Cristo y encontrar ese verdadero camino, por medio del amor.

             Porque es imposible amar, sin sentir deseos de imitar, si amamos imitamos. En definitiva el amor es el que genera los deseos de semejanza, deseos de imitación, que posteriormente se transformarán en deseos de unión con el Amado, y para alcanzar esa deseada unión, el alma busca asemejarse al Señor, tratando de imitarle. Pero no olvidemos que el principio básico en este tema, nos dice que el Señor y nosotros también, consciente o inconscientemente, amamos más a quien más nos ama. Dios busca siempre entre nosotros, aquellos que más se le asemejan y es a estos a los que lógicamente más ama.

            Nuestra conducta humana para ser perfecta, tiene que ser un calco de la de nuestro Señor, cuando aquí abajo estuvo. Los Evangelios son el testimonio viviente que el Señor nos dejó de su paso por este mundo. Realmente podríamos definir a los Evangelios, como unos manuales indicativos de lo que debemos de hacer para imitar al Señor, porque si a través de nuestra imitación, logramos asemejarnos a Él, conseguiremos unificarnos con Él, que debe de ser nuestro ansiado fin, en el camino del amor hacia el encuentro con Él. San Agustín nos escribía poniendo en boca del señor las siguientes palabras: “Si quieres imitarme, no sigas otro camino distinto del que yo he seguido”.

            Para Jean Lafrance, la verdadera identificación con Cristo es interior, es decir, se sitúa más allá de la vida moral, de la conciencia, de los sentimientos y de las facultades de conocimiento y voluntad. Es ante todo la invasión de nuestro ser por la persona de Jesús. Dichoso, desde luego el que logra alcanzar esta meta y puede decir como San Pablo: "20 y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gal 2,20). Y a los filipenses San Pablo, también les dijo: 8 Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la  justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, 10 y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, 11 tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos. 12 No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús.”. (Flp 3,8-12).

            No voy a ponderar el amor, la fidelidad y la perseverancia de San Pablo a Cristo, pues ella salta a la vista leyendo y asimilando, lo que resuman de sus escritos. Caminar hacia la imitación de Cristo empleando el amor que se le tiene, ser fieles y perseverantes en ese amor, no es nada más que recorrer unos escalones de ascensión al objetivo final, que es el de la unión con el Amado, la unión con el Señor. A este respecto, San Juan de la Cruz, escribe: “Hasta que los amantes se funden en la unidad y se transfigura el uno en el otro el amor no es perfecto”. Y a este perfección hay que caminar ya aquí en la tierra pues si la logramos nuestro ascenso será directo al cielo a la gloria que nos espera, sin tener que pasar por la purificación del purgatorio.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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