Cómo los intelectuales del mundo libre fueron manipulados por Stalin


En 2024 se ha publicado una nueva edición revisada de un libro de 1994 que en su día me pareció digno de ser leído y tenido en cuenta. Se trata de El fin de la inocencia. Los intelectuales occidentales y la tentación de Stalin, de Stephen Koch, editorial Galaxia Gutenberg (471 págs en la edición de este año). Es un libro, en su desarrollo, para expertos en la historia europea del periodo entre las dos guerras mundiales del siglo XX; pero de interés general para todos por su tema: cómo desde 1921 los servicios secretos soviéticos manipularon la opinión pública de las democracias occidentales al servicio de los intereses de la URSS.

La novedad de esta obra -al menos para mí- fue descubrir que esa labor de manipulación de la intelectualidad occidental no había empezado en la guerra fría a partir de la II Guerra Mundial, sino que se había ya puesto en marcha desde el mismo inicio del régimen soviético. Y comprobar que las técnicas usadas en aquella época por Lenin y Stalin siguen en vigor hoy, una vez desmantelada la URSS, pero ahora utilizadas por los que en el pasado eran los enemigos del comunismo.

El libro se centra en la vida de Willi Munzenberg, comunista alemán y amigo y colaborador de Lenin en Suiza antes de que este hiciese su célebre viaje en 1917 a Rusia en un tren precintado organizado por Alemania para desestabilizar Rusia y así facilitar los intereses militares de los alemanes durante la I Guerra Mundial. Llegado al poder, Lenin encargó a Munzenberg ocuparse de organizar “la guerra cultural entre el totalitarismo soviético y la democracia liberal, una batalla que se convirtió en una lucha por el espíritu del siglo XX” (pág 21). En cumplimiento de esa misión, Willi Munzenberg organizó-con éxito- la captación de intelectuales occidentales y de todo tipo de organizaciones y plataformas que ayudaron a defender en las democracias occidentales los intereses de la URSS estalinista entre 1921 y 1939, aún sin ser conscientes muchos de ellos que estaban colaborando con la estrategia soviética.

Esta es la historia muy documentada que cuenta el libro de Koch, la vida de Munzenberg, “uno de los poderes invisibles del siglo XX (...) un protagonista secreto de la política del siglo XX” (pág 27), “el director de facto de las operaciones clandestinas de propaganda de la Unión Soviética en Occidente” (pág 29); y de paso nos cuenta la historia de cómo se puede eficazmente manipular a toda una sociedad para que defienda lo indefendible haciendo que ayuden a esa causa de manipulación incluso los que no comparten aquello que están apoyando. Esta segunda parte es la de más actualidad hoy y la razón por la que reseño este libro.

¿En qué consistió la estrategia de Munzenberg?. Koch lo describe así: “Su objetivo era crear en el Occidente bienpensante y no comunista el prejuicio político predominante en la época: la creencia de que cualquier opinión que pudiera servir a la política exterior de la Unión Soviética provenía de los elementos más esenciales de la decencia humana. Quería esparcir la

 sensación, como una ley de la naturaleza, de que criticar en serio o desafiar la política soviética era prueba inequívoca de ser una mala persona, intolerante y posiblemente inculto, mientras que apoyarla era prueba infalible de poseer un espíritu progresista, comprometido con todo lo que era mejor para la humanidad, sin duda marcado por una sensibilidad refinada y profunda”
(pág 39). Así Munzenberg logró poner en marcha una propaganda secreta e invisible y contar con una red de simpatizantes manipulados pero que no eran conscientes de estar siendo manipulados pues creían estar actuando sin más como buenas personas.

Para calibrar la eficacia de la técnica de Munzenberg, citemos sólo algunos de sus colaboradores ciñéndonos a los aún hoy muy conocidos: Ernest Hemingway, John Dos Passos, André Malraux, André Gide, Bertolt Brecht, Dorothy Parker, etc. A estos hay que añadir a los que pasaron a ser durante décadas espías oficiales de la URSS en el seno del Gobierno británico como Kim Philby, Guy Burgess o Antony Blunt. Y muchos más en USA, Francia, Alemania y otros países. De todos estos se habla con detalle en el libro de Koch.
En los años a que el libro de nuestro autor se refiere, el señuelo usado por Munzenberg fue el antifascismo. (¿Cómo hoy?) Capítulo a capítulo el autor nos relata las campañas organizadas en aquellos años 20 y 30 del siglo pasado para movilizar intelectuales que apoyando una causa u otra o denunciando una injusticia u otra, de hecho coadyuvaban a las estrategias de la URSS, aunque ellos se consideraban parte del club de los inocentes -es decir, de los puros apolíticos solo preocupados por el bien de la humanidad- de su tiempo.

Munzenberg se apoyó en la “necesidad del bien en el sentido bíblico. El ansía de una justificación moral para la propia vida es una de las necesidades más profundas, una de las fuerzas más poderosas e intrínsecamente humanas que existen. En sus clubs de inocencia, Munzenberg proporcionó a dos generaciones de izquierdistas lo que podríamos llamar el foro del bien; desarrolló lo que podría llamarse la principal ilusión moral del siglo XX: la noción de que en esta época, el principal escenario de la vida moral, el verdadero reino del bien y el mal, era la política (...). Ofrecía a todos sin excepción un papel en la búsqueda de la justicia en nuestro siglo“ (pág 45).

Las estrategias de Munzenberg siguen hoy usándose para la promoción de los nuevos antihumanismos (ideología de género, transhumanismo, ecologismo apocalíptico, etc) pero ahora son los agentes del capitalismo financiero internacional, ansiosos de crear nuevos mercados como el del sexo, quienes están detrás.

¿Llegaré a ver un libro escrito por un Koch del futuro en que se documente el trabajo de los Munzenbreg de hoy? Me haría mucha ilusión.

Benigno Blanco