Dos cuestiones me han hecho reflexionar sobre el pudor, el magnifico artículo publicado aquí en ReL recientemente y mi visita a la exposición “Mistery man”
Me viene a la cabeza lo primero una canción de los años 80 de Mama que se llamaba chicas de colegio. En el estribillo decía: “la carpeta en el pecho protegiendo su pudor”. Ahora no se llevan carpetas en el pecho ni se protege el pudor, aunque afortunadamente ya ha pasado los terribles años en los que los pantalones se llevaban con el talle tan bajo que cuando vigilaba un examen y me ponía detrás de la clase podía ver donde la espalda perdía su casto nombre del 90 por ciento de los alumnos.
El pudor es algo natural, y aunque se tiene desde la infancia, es en la adolescencia donde se desarrolla más. Es algo tan natural como que no queremos ser percibidos como un objeto sexual porque nuestro cuerpo no es algo que yo tengo sino algo que yo soy y no es como el cuerpo de un animal, es templo del Espíritu Santo y es mi intimidad personal y eso no puede ni debe ser expuesto al público. Otra cuestión es que, como todo, puede pervertirse este pudor que de manera natural tenemos y degenerar en exhibicionismo.
Desde siempre el desnudar a alguien en público se ha hecho como humillación y denigración. A los prisioneros de un campo de concentración se les desnudaba primeramente como instrumento para despojarles de su dignidad como persona.
Incluso cuando se es niño se tienen ese sentimiento de pudor y debe respetarse. Uno de los recuerdos que tengo, si no el único, del primer colegio al que fui, hasta los 8 años es el reconocimiento médico. Nos ponían a todas las niñas en fila y en ropa interior para que el médico nos auscultara y nos midiera y pesara más fácilmente. Lo recuerdo con horror y pavor, estar en la fila en ropa interior y entrar así en la habitación donde estaba el médico, y eso que no debía de tener más de 6 años, me sentía como si fuera ganado. Todas éramos niñas y no había ninguna maldad en ello ni ninguna actitud ni gesto impropio por parte de nadie, pero si una falta de respeto a la dignidad de las niñas.
Cuando acompaño a personas que han sufrido abusos sexuales siempre han sufrido experiencias en las que se encontraban expuestas a las miradas de los demás y esto es una parte del abuso sufrido. Lo malo es que consideraban que su cuerpo había sido ensuciado con esas miradas.
Hasta el momento de empezar a acompañar abusos no había reparado nunca en una de las estaciones del viacrucis que es cuando Jesús es despojado de sus vestiduras, en dos ocasiones, antes de la flagelación, ya que le flagelaron desnudo y antes de la crucifixión.
Veamos lo que dice Santa Catalina Emmerick en sus visiones:
“Mientras le pegaban y empujaban rezó y suplicó muy conmovedoramente y volvió la cabeza un momento a su Madre, que estaba completamente desgarrada de dolor en un rincón de un local del mercado, no lejos de la columna de la flagelación. Volviéndose a la columna para cubrir con ella su desnudez porque también se vio obligado a desatarse la faja que le cubría el bajo vientre, le dijo:
-Aparta de Mí tus ojos. (...)”
Sin embargo, como las heridas del Señor son fuente de salvación, este mismo despojamiento es consuelo para aquellas personas que han sufrido abuso y ven en esto una identificación con la Pasión del Señor y una confirmación de que el mal, la vergüenza y la suciedad no están en la víctima, sino en el victimario.
En la exposición Mistery Man que he visto este fin de semana se nos presenta además de un maravilloso recorrido por la historia y características de la Sábana Santa, una figura hiperrealista del hombre cuya imagen quedo inscrita en ella, que no es otro sino Nuestro Señor Jesucristo, al que debemos lo primero infinito respeto. La imagen es impresionante, pero sería igual de impresionante y mucho más respetuoso mostrarla con el paño de pureza.